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El Molín de Mingo. Peruyes. Asturias.

Todas las referencias que nos habían dado eran buenas y llevábamos mucho tiempo queriendo ir… Ahora, solo nos arrepentimos, y mucho, de no haberlo hecho muchísimo antes. Motivados por la visita de fin de semana de nuestros amigos madrileños Rocío y Eduardo, por querer salir de la ciudad y para que Eduardo, amante de la cuchara donde los haya, viera satisfecho su gusto, decidimos reservar en El Molín de Mingo. Además, y esto no es baladí sobre todo en Asturias, amanecimos con un sol espléndido, que sin duda cerraría el circulo a un precioso día.

A este lugar, hay que querer ir. Sí, está lejos (a una hora de Oviedo aproximadamente) y con una carretera complicada, pero os aseguro que no os arrepentiréis.
El camino, te lleva por un paisaje genuinamente asturiano. Es cierto que cuando dejas la carretera nacional para desviarte a Peruyes, pasas a carretera estrecha, posteriormente a “caleya” (según el Diccionario General de la Lengua Asturiana, Camino estrecho, malo, pedregoso y sucio) y los últimos dos kilómetros, a “caleyina”, pero con un buen día y calma, el viaje también resulta encantador.

El antiguo molino reformado y transformado en restaurante, era del abuelo de Dulce, su propietaria. Cuando aparece enfrente de ti en el camino, ya sabes que todo va a ir bien. Tiene mesas salpicadas por el exterior, casi todas rodeando a una panera (hórreo de 6 pegoyos o patas), pero en el interior, Dulce tenía preparada para nosotros una mesa inmejorable, en una galería acristalada muy confortable y con una vista y luz natural, que te conectaba totalmente con la naturaleza.

La carta/menú, es sencilla: ocho platos de los que se eligen cinco más el postre a mesa completa.
Así que mientras esperábamos, comenzamos degustando un Finca Villacreces excelente, de una bien escogida carta de vinos.

Y empezaron a llegar los platos. Es muy importante en un menú que la cadencia sea la adecuada. Alargar la espera demasiado entre plato y plato o acumularlos en la mesa, puede destrozar un buena comida. Pero en El Molín, está perfectamente ejecutado.

Las croquetas de compango y de jamón, las primeras en llegar. Aquí haremos un paréntesis para contaros que Dulce está casada con Nacho Manzano, cocinero con 3 estrellas Michelin en su haber (2 en el restaurante Casa Marcial próximo a Arriondas y 1 con su hermana Esther en el restaurante La Salgar en Gijón) y que sus croquetas están consideradas de las mejores de España. Pues bien, en este matrimonio no sé si existen secretos de alcoba pero desde luego, de cocina no los hay! Ambas estaban deliciosas, con la cremosidad y consistencia justa.

Seguimos con unas alcachofas con berberechos. Literalmente para chuparse los dedos, que fue lo que hizo Eduardo con algunas de las hojas exteriores. Plato redondo y nada pesado, perfecto como continuación a las croquetas.

Mejillones con una ligera pero sabrosa cocción con verduras vinieron a continuación. Se podría considerar un plato puente antes de entrar en la parte más consistente del menú y cumple su misión. Además, estaban riquísimos. Cuando el caldo de los mejillones está bueno, soy incapaz de dejar de tomarlo con una cáscara a modo de cuchara, así que pedí que los retiraran antes de terminar con ella!

Y llegó entonces, uno de los platos contundentes y más esperado por nuestros amigos: la fabada. El único «pero» que se le puede poner, es que dado que es uno de los platos emblemáticos de la gastronomía asturiana (si no el que más) quizás la cazuelita, más una probatura que un plato en sí, se quedó un poco corta. Todos coincidimos inicialmente en que nos hubiera gustado un poco más pero sólo hasta que vimos aparecer el siguiente plato… las cantidades en la comida tampoco son casualidad en este lugar.
Hay que decir que estaban espectaculares!. Siempre tomo una faba sola antes de empezar con el plato, para constatar su calidad y punto. Pues bien, dureza perfecta, no se notaba en absoluto el pellejo y había cocido lo suficiente para haber aglutinado todos los sabores del compango.
La morcilla es, probablemente, la mayor responsable del éxito en el sabor de una fabada. Si la que comimos en El Molín estaba excelente, no quiero ni pensar con una morcilla con más presencia…

Y llegamos al último plato salado de la comida, el pitu de caleya, otro de los históricamente emblemáticos de su marido Nacho. El pitu es un pollo que se cria en libertad por los caminos. Esa forma de vida y su alimentación, consistente en verduras de la huerta de los propietarios, además de caracoles y lombrices que ellos mismos encuentran, les da un imponente tamaño y una carne mucho mas sabrosa y con un color más oscuro que la de cualquier otro pollo. Se puede tomar con arroz, pero en Asturias, la forma mas tradicional es en guiso con patatinas. Y así lo comimos. El sabor era perfecto, nada grasiento y el pollo se deshacía, pudiendo tomarlo casi solo con el tenedor.
Las patatas fritas de verdad que lo acompañaban, son un alimento en peligro de extinción!

A los postres llegamos, desgraciadamente, ya con pocas fuerzas para tratar, como se merecía, a la leche frita, pero no por ello podemos quitarle mérito alguno.

En resumen: un entorno increíble, un restaurante acogedor y decorado con gusto, un servicio profesional y cercano, una comida de la que todo está dicho, y Dulce, que haciendo honor a su nombre, fue absolutamente encantadora, hicieron de esta jornada un día magnifico e inolvidable que ya estamos deseando repetir.

Yo, no me lo perdería. Hasta muy pronto!

 

Ana P.

 

 

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