A media hora del centro de Los Ángeles, en la Pacific Coast Highway, se encuentra Nobu Malibú. Esta mítica carretera ha sido, es y será, escenario de cientos de películas hoolywoodienses por su breathtaking views (asombroso paisaje).
Conocida como Ruta Estatal 1, discurre a lo largo del litoral del Pacífico del estado de California, desde casi San Diego hasta pasado San Francisco. Es famosa por tener una de las más bellas costas del mundo, por lo que se la designó como una carretera All-American Road, categoría que ostentan un puñado de rutas estadounidenses por ser escénicamente espectaculares.
Nobu Malibú pertenece a una cadena iniciada por el chef japonés Nobu Matsuhisa, “chef de las estrellas” desde que su restaurante de homónimo nombre en Beverly Hills, se convirtiera en el punto de encuentro del Star System de Hollywood allá por la década de los 90, y que hoy, cuenta con mas de cincuenta locales por todo el mundo en los que se sirve cocina fusión que integra platos japoneses tradicionales con ingredientes peruanos.
Hace algunos años y también junto a sus socios y amigos el actor Robert de Niro y el productor de cine Meir Teperel, ampliaron el negocio bajo el binomio hotel mas restaurante de lujo. En estos momentos, ya son trece en funcionamiento de los que tres se encuentran en España (Ibiza, Marbella y Barcelona) y en breve serán diecinueve. Su éxito como empresario, le mantiene en activo a sus más de setenta años.
Centrémonos en el que hoy nos ocupa. Una tarde de enero, Ana y yo, salimos conduciendo nuestro coche (no podíamos dejar de hacerlo en ese escenario de película!) desde el fantástico y recomendable hotel SLS de Beverly Hills (en el que se encuentra Bazaar, el restaurante de José Andrés del que ya hemos hablado aquí) y con destino a Malibú. Tardamos un poco más de lo previsto; aunque era de noche, la luz de la luna y la proximidad del mar nos permitió ir disfrutando de la costa.
Cuando llegamos, la primera impresión estremece. Literalmente una gran ventana al mar, con una iluminación perfecta a lo largo de todo el restaurante, que con las habituales olas del Océano Pacífico, construían un decorado idílico.
Pese a ser enero, la temperatura era excelente, por lo que la situación de nuestra mesa en la terraza, viendo y oyendo el mar, era perfecta. Además, era sábado y el restaurante estaba muy ambientado.
Siempre mantuve que comparado con Europa, Estados Unidos es otro mundo, ni mejor ni peor, distinto. Pues bien, dentro del país norteamericano, California es otro planeta, desbordante y hasta exagerado en ocasiones.
Desde que en el valet parking recogieron nuestro coche de alquiler (de una modestia insultante comparado con el nivel de los deportivos aparcados), pasando por la entrada con un número de recepcionistas desproporcionado y hasta nuestra mesa (insisto: magnífica… había funcionado mi capacidad de persuasión) todo parecía perfecto, un decorado preparado para hacernos sentir los protagonistas de la escena de una película de Hollywood!
Nos sentamos y pasamos una velada maravillosa disfrutando del momento y sin ninguna gana de que aquello terminara. La cena? Habíamos estado, por entonces, en los Nobu de Londres y Nueva York y lo que las primeras veces nos resulto una comida sorprendente y buena, la estandarización ya estaba instalada en un grupo con tantos restaurantes. De lujo, pero cadena al fin y al cabo. En ningún caso podemos decir que no fuera buena, pero tampoco fue lo que había sido unos años antes. Sí recordamos el plato estrella del chef asiático, el bacalao negro con miso que estaba excelente.
Un ejemplo de esta forma de trabajo similar a una producción en cadena de una factoría, con engranajes perfectamente engrasados donde nadie se sale ni un ápice de su papel, es que yo había llamado varias veces y con bastante antelación, para indicar al restaurante que estaríamos celebrando el cumpleaños de Ana, de lo que una señorita muy atenta tomó nota (efectivamente, tras la cena comprobamos que estaba reflejado en el libro de reservas), pero nadie lo vio, o si lo leyeron que es peor, hicieron caso omiso) y la sorpresa que había tratado de preparar para Ana, se quedo en el intento.
No era la primera vez que nos pasaba. Ana tuvo una respuesta similar en una cena de cumpleaños mío en Baboo, el italiano triestrellado de Mario Batalli en Nueva York, donde hasta un amigo suyo fue personalmente para que me prepararan una sorpresa que tampoco apareció. Es triste que el éxito empresarial se lleve por delante detalles que, probablemente, hayan contribuido en su día a llevarlos donde están.
Por otra prte, guardamos un recuerdo maravilloso de aquella noche, que nada ni nadie hubiera sido capaz de estropearnos.