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El Jardín del Ritz. Madrid.

Teníamos ganas de ir. Lo habíamos intentado un par de veces, llamando en el día la verdad, y había resultado imposible, pero en nuestro último viaje a Madrid, a principios de Septiembre, pudimos conseguir una mesa para cenar.

El Ritz, ha sufrido la mayor remodelación en sus más de 110 años de historia (abrió sus puertas por primera vez en 1910).  Su actual propietario, la lujosa cadena Mandarin Oriental, ha invertido más de 100 millones de euros en la reforma de este emblemático hotel madrileño y  además, se ha hecho una fuerte apuesta por la gastronomía, de la mano de Quique Dacosta, contando con una extensa y variada oferta, entre las que se encuentra El Jardín, que hoy nos ocupa.

Con todo esto, hemos de reconocer que nuestras expectativas eran muy altas!

Lo primero que hay que resaltar aunque resulte evidente, es que se trata de un cuidado y bonito jardín  donde la mayoría de las mesas guardan distancia (ahora obligatoria) e intimidad suficiente y donde una conseguida  iluminación que tiene como telón de fondo la preciosa arquitectura y terraza de este gran hotel, se convierten en un escenario perfecto para disfrutar  de  una romántica velada. En un enclave extraordinario, en plena plaza de la Lealtad, resulta ser un oasis en pleno centro de Madrid.
No nos gustó, una desproporcionada, desaprovechada y fría barra con la que te topas nada más entrar y frente a la que se sitúan algunas mesas que no recomendamos.

En cuanto a la comida… empecemos por la carta. Es cierto que las restricciones que nos impone esta pandemia, obligan a usar códigos QR, pero de ahí a que su lectura parezca inacabable y complicada (largo listado por el que hay que subir y bajar a toque de dedo y scroll), va un paso o más! Parece mentira que todo un Mandarín Oriental bajo la dirección gastronómica de un triestrellado, traigan el pan de Valencia (al menos, eso dicen…) y no le presten ninguna atención a algo tan sencillo como hacer fácil la lectura de una carta. Si a esto le añadimos la poca luz de muchos locales (en muchos casos necesaria para crear un ambiente íntimo y relajado), leer en la pequeña pantalla de un móvil y demás complicaciones (alguna de ellas, aportadas por aquellos que ya tenemos una edad…)  acabaremos pidiéndole al camarero que nos diga a viva voz qué hay y casi qué pedir.

Después de esta odisea, nos decidimos por un más que correcto Ceviche (o cebiche, que de ambas formas está bien escrito) de corvina Thai. Estaba perfecto de cítricos y contrastes. La corvina junto con el pez limón, cada vez nos gusta más como protagonista del plato peruano.
Seguimos con unos desafortunados Bocados crujientes de tortilla de patata. Recomendados comer de un solo bocado para que exploten en la boca y disfrutar así de las distintas texturas de su mezcla y del sabor exacto del plato recreado,  resultó muy poco acertado… Ya de entrada, el tamaño no era “de bocado” (y esto es algo de lo que deberían tomar nota muchos establecimientos, por definición, se trata de una “pequeña cantidad de comida que se toma de una sola vez” y a la que nosotros añadiríamos, con facilidad!) y les aseguro que tenemos una boca normal. Además, el crujiente estaba acartonado y el sabor no recordaba a una tortilla de patata, sino que se trataba, ni más ni menos, que de un huevo líquido con un leve toque a cebolla que más parecía proceder de un saborizante…

Con los platos principales, comenzó lo que parecía un plan de amortización acelerada de un horno Josper (combinación entre parrilla y horno en un solo aparato). Ana se decantó por el Pollo picantón con hierbas aromáticas asado al horno Josper y yo por la Lubina al horno Josper.
Ambos platos se asentaban con descaro en la más absoluta mediocridad, tanto en producto’ como en elaboración. Veníamos de comer picantones excelentes en Mallorca ( delicioso el elaborado en el restaurante del Hotel Fontsanta) y la comparativa era inevitable. El del Jardín estaba seco e insípido. Ana acompañó su plato con Hoja de roble aliñada con cebolleta fresca en tiras (sic), que ayudó a pasar el trago.
Respecto a mi lubina. Es cierto que no ponía “salvaje” por ningún lado y que en mi opinión su tamaño de ración daba muchas pistas, pero seguimos siendo almas cándidas y no esperábamos un pescado que nos pareció de estero  (cultivo de pescado en zonas acotadas de mar, donde es alimentado y controlado su crecimiento y tamaño de salida). El resultado… tan triste que se me ha olvidado! Los acompañamientos y salsas se pedían (y cobraban) aparte, por lo que yo me decanté por Barqueta de patatas fritas rústicas. No voy a hacer ningún comentario más que decir que eran congeladas….

De postre, pedimos Yogur natural con helado de violetas, arándanos y polvo de pétalos de flor caramelizado. Otro ni fu ni fa.

Ana acompaño la cena con Ruinart Blanc de Blancs y yo con un blanco del Penedés.

El pan, como apuntábamos al comienzo y como nuestro amable camarero Giorgio nos indicó, se trae desde Valencia, donde el equipo de Dacosta lo elabora… rico, pero con todos nuestros respetos, innecesario y frívolo viaje.

Queremos terminar diciendo que, pese a todo, el sitio merece una visita (aunque solo sea para tomar una copa afterwork) y que esperamos acompañen la privilegiada ubicación con una cocina a la altura de la prestigiosa cadena y de las 3 estrellas de Dacosta.

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4 comentarios

  1. Uff. Menos mal que habéis ido. Siempre me quede con ganas de comer un cocido en el Ritz, ahora no cocido ni lubina off course

    1. Muchas gracias Isabela por tu comentario. La oferta gastronómica del Ritz no se limita solamente a El Jardín. Quique Dacosta tiene un restaurante de los que ahora se dan en llamar ggastronómicos (el resto, qué son?), y varias ofertas más. El comentario se limita simplemente a El Jardín, no hemos probado el resto. De lo que sí tenemos muy buenas referencias es del té que sirven, que parece que es espléndido! Buen fin de semana!

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