Continuando con las colaboraciones con las que tenemos la suerte de contar de vez en cuando en nuestro blog, hoy nos visita un amigo, que no lo hace en calidad de tal sino por su sabiduría.
30 años de amistad, son tiempo suficiente para habernos empapado de mucha de ella y por esto, una de las primeras personas en la que pensamos fue en él.
Para muestra, bien vale este texto. Disfrutadlo!
Benito Peral Ríos es natural de Campillos (Málaga), aunque se considera apátrida y sólo tiene una cierta conciencia galáctica. Es Psiquiatra –con perdón-. Quiere parecer que tiene de escritor los dones que no quiso darle el cielo, y se empeña en escribir libros: ya van cuatro. Dedica gran parte de su tiempo a comprender e intentar ayudar a personas que sufren incomprensión. Es amigo de sus amigos –entre ellos están Ana y “Arsi”. Tiene dos hijos maravillosos, las dos nietas más bonitas del mundo ya Trini –ella es el aire, el agua, la tierra y el fuego: todo.
“Un soneto me manda hacer Violante”, así empezaba el genio de Lope su famoso soneto. Sin ser yo Lope, desgraciadamente, ni Alcibíades Violante, afortunadamente, lo cierto es que mi amigo Alcibíades me pide un escrito para su blog. Nunca he escrito por encargo y no sé si éste que inicio tendrá buena cabida en su “rincón en el mundo”. En todo caso lo que cuenta –dicen- es la intención y ésta, en verdad que es buena!
A nadie le amarga un dulce y aunque a todos nos gustan los momentos sublimes y estelares, la vida está hecha, en su mayor parte, de pequeñas cosas, de miles de cientos de momentos que pasan inadvertidos. De esas pequeñas cosas de la vida quiero hoy escribir. De la maravillosa sensación que uno siente al beber un vaso de agua fresca cuando se está sediento; de la suave caricia de la salada brisa en la cara; del siempre sorprendente amanecer de cada día; del olor del pan recién hecho; del piar de los pájaros en el ocaso; de la contemplación de una cara trabajada por el tiempo; de la mirada limpia de un bebé; del calor de un abrazo amoroso…
En la Historia de la Filosofía aparece Epicuro, el maestro del hedonismo, una corriente filosófica que hacía del placer la esencia de la felicidad. Sin embargo, el bueno de Epicuro ponía como ejemplo placentero el disfrute de un mendrugo de pan con queso, para él eso era un manjar, si uno esperaba lo suficiente como para sentir mucha hambre y si ese manjar se disfrutaba en buena compañía. Epicuro y sus seguidores vivían en El Jardín, una especie de comuna o de secta, eran los “hippies” de entonces. Eran auténticos maestros del placer, para llegar a él había primero que esperar a que surgiera el deseo, que éste creciera lo suficiente y sólo entonces proceder a la satisfacción del mismo, sin caer jamás en el hartazgo –porque entre la satisfacción que es placentera y el asco del hartazgo, sólo media un paso muy corto.
Veinticinco siglos después Borges escribiría un famoso poema que versa sobre cosas nimias de la vida que son placenteras. Lo escribía en sus últimos días, cuando sabía que le quedaba poco tiempo para seguir disfrutando de las pequeñas cosas, aquí cito algunos de sus versos: Si pudiera vivir nuevamente mi vida / en la próxima trataría de cometer más errores / No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más. / Sería más tonto de lo que he sido, / de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad… / haría más viajes, / contemplaría más atardeceres, / subiría más montañas… / tendría más problemas reales y menos imaginarios… / Si pudiera volver atrás trataría / de tener solamente buenos momentos. / Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, / sólo de momentos; no te pierdas el ahora… / Si pudiera volver a vivir / comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera / y seguiría descalzo hasta concluir el otoño. / Daría más vueltas en calesita, / contemplaría más amaneceres, / y jugaría con más niños, / si tuviera otra vez vida por delante. / Pero ya ven, tengo 85 años… / y sé que me estoy muriendo.
“No te pierdas el ahora” es el Carpe diem del romano Horacio. Aprovecha el día de hoy, porque no hay ningún día llamado mañana, porque hoy es siempre todavía, porque hoy es el mañana de ayer, porque el tiempo es un invento de Satanás. Sólo existe el presente, el pasado ya no es ni nunca fue, porque cuando fue, fue presente; y el futuro aún no es ni será, porque cuando sea, será presente. Y, sin embargo, a pesar de esta evidencia, nos empeñamos en vivir en la melancolía del pasado o en el incie.rto futuro… y así nos va: va como va.
Últimamente se ha puesto de moda el “Mindfullness”. Estos “yankees” se venden muy bien, haciendo pasar por novedoso lo que pertenece a la sabiduría perenne de todas las grandes culturas. Se trata de tomar consciencia de las cosas que pasan inadvertidas, tomar consciencia plena de lo que sentimos en cada momento. La respiración es una de esas cosas que normalmente sólo tomamos conciencia de ella cuando NO va bien, cuando andamos con la nariz atascada, y, entonces, es cuando valoramos ese milagro, esa maravilla, que es llenar, sin dificultad alguna, nuestros pulmones de aire. Hay en cada momento cientos de cosas que podemos sentir, y de las que podemos disfrutar si prestamos atención. A mí me vale una estrategia que voy a compartir con vosotros. Y es imaginar que hoy es el último día de mi vida, y que cada cosa que hago será por última vez… Si así lo hacéis, tomaréis consciencia de cada instante y, entonces, beber una cerveza fría o un buen vino o lavarse los dientes es algo nuevo y maravilloso. Las cosas que creemos hacer por última vez son vividas de forma parecida a las que hicimos por primera vez, son vividas con esa intensidad y esa consciencia plena que las hacen tan gratas. Aute, mi querido y llorado Luis Eduardo, decía en una de sus canciones: Aquella fue la primera vez, tus labios parecían de papel… Y en otra célebre canción que cantaba Nat King Cole se decía lo mismo, aunque parezca lo contrario : Bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez…
El secreto del disfrutar está más en el cómo que en el qué. Puestos a elegir, prefiero unas patatas fritas con un pitarra de Cañamero acompañado de mis amigos en Málaga la bella; que unas angulas de Aguinaga con el mejor Chardonnay, si me las tengo que comer solo. Disfrutar solo es poco disfrute, aunque se diga eso de buey sólo bien se lame; siempre mejora el resultado cuando al menos lo hacen dos. Y además está la risa que acompaña y que es tan sana. Es muy difícil reírse solo, es como las cosquillas que no hay manera de hacerse cosquillas a uno mismo: todo un misterio.
También dicen que lo bueno si breve, dos veces bueno. Y que el secreto de no aburrir es no contarlo todo. Así que acabo aquí, con un abrazo para Alcibíades y un beso para la bella Ana.