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Delta del Okavango. Botsuana.

“África te cambia para siempre como ningún otro lugar en la Tierra. Una vez que has estado allí, nunca volverás a ser el mismo.”

Brian Jackman

Fotografía desde satélite

Habíamos sido muy claros desde el principio, desde el primer momento en el que empezamos a planificar nuestro viaje al sur de África. Daba igual que estuviera a desmano; que tuviéramos que hacer kilómetros y kilómetros por bacheadas pistas (en el mejor de los casos) de la sabana; que el calor en esa época del año empezara a asomar su largo cuello; que tuviéramos que coger dos avionetas y estar en 2 lodges distintos para verlo.

Hacemos aquí un paréntesis imprescindible para hablar de la palabra Safari. En nuestro idioma, es una expedición que se organiza para cazar animales de gran tamaño, especialmente en determinadas regiones de África. Tengo que dejar claro, que nosotros no hemos hecho ese safari. No hemos ido, ni iremos nunca a ningún lugar a cazar. Pero sí hemos hecho un safari, en su más estricta acepción en suajili, su lengua original, hemos hecho un viaje, un maravilloso viaje, a una de las zonas más hermosas del mundo y para ver uno de los mayores espectáculos de la naturaleza existente.

Y es que el Delta del Okavango no es un delta “al uso”, básicamente  porque no se forma en la desembocadura del rio en el mar. Al Okavango, se lo bebe literalmente  el desierto del Kalajari, se lo traga formando un delta de un descomunal tamaño y donde se produce una de las mayores  concentraciones de animales salvajes de nuestro planeta: en época de lluvias, por la vida que genera en las especies, algunas de las cuales hacen parada obligada durante sus desplazamientos migratorios y en épocas secas, por ser uno de los pocos reductos con agua suficiente para abastecer a la ingente cantidad de animales que lo habitan.

Estuvimos en el delta un total de cinco días, dos en una de las ramas exteriores, en la reserva del río Khwai, y tres días en el interior, en la reserva de Moremi.

Fish Eagle Bar

No lo tenía fácil el delta para sorprendernos. Veníamos de Zimbabue de contemplar las cataratas Victoria y de tres fabulosos días en la reserva nacional de Chobe, días con tanta intensidad, que parecíamos una caricatura del rey pasmado al contemplar en nuestra cara todas las emociones vividas.

Pero, lo mejor estaba por venir. Nos contaron, que este lugar era uno de los mejores para ver los Big Five, los cinco grandes de la fauna africana: león, elefante, búfalo, rinoceronte negro y leopardo.
En Chobe habíamos visto los tres primeros (dicen que en Botsuana, es más sencillo ver un elefante que a un botsuano…), pero en Okavango, no solo volvimos a verlos, si no que añadimos al rinoceronte negro y al leopardo, éste con la propina de verlo cazar un impala y de estar a escasísima distancia de dos de sus crías. Si esto lo aderezamos con cocodrilos, hipopótamos, todo tipo de antílopes y aves, jirafas, monos… el regalo para nuestra vista y sobre todo para nuestro corazón fue impresionante. Además, allí  pasé mi cumpleaños… puede haber un mejor regalo?

Soy un defensor a ultranza de la palabra, pero en este post, las fotografías mandan. Tan solo añadir que recomendamos sin dudarlo, sobrevolar el delta en helicóptero; es una experiencia única! Abierto por sus lados y con capacidad para solo dos pasajeros, además del piloto y copiloto, permite experimentar un vuelo a medida, dirigiéndote por ejemplo y sobre la marcha, a ver una manada de hipopótamos entrando en el río, mientras un cocodrilo los vigila en la distancia…

Como alojamiento, el Belmond Eagle Island Lodge, en una isla privada en el corazón del delta y literalmente a orillas del río, con tan sólo doce cabañas, permite sentirse parte del entorno. Hasta tal punto que, quien nos acompañaba una noche a nuestra habitación (en cuanto oscurece, cualquier desplazamiento por el lodge, se hace obligatoriamente con alguien del personal), tuvo que espantar a un elefante, que comía plácidamente un arbusto en la misma entrada. Durante el día y  desde nuestra propia terraza, podíamos observar a multitud de animales  en la orilla del río por el que el día anterior habíamos navegado y en el que vivimos uno de los atardeceres más bonitos de nuestra vida.
Antes de cenar, una copa en el Fish Eagle Bar, votado por el New York Times como el bar más romántico del mundo, fue la culminación perfecta para una inolvidable jornada.

Sin duda, es una de nuestras mejores experiencias!

*Todas las fotos de este post, excepto la tomada desde satélite (de momento…), son propias.

 

 

 

 

 

 

 

 

Atardecer en Moremi

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