Se nos ha ido Pía.

Según la RAE, en su segunda acepción y como adjetivo, el significado de pío es:

1. adj. Devoto, inclinado a la piedad, dado al culto de la religión.

2. adj. Benigno, blando, misericordioso, compasivo

Pero hoy hablamos de Pía, con mayúscula, como era esta yegua que ayer nos ha dejado y que era poseedora de muchas de las cualidades de la acepción de su nombre como adjetivo: benigna, inclinada a la piedad, compasiva… conmigo, os aseguro que lo era!

A Pía, la conocimos ya en su edad madura. Vivía en la finca Mora, Las Veguillas, Salamanca y tuvo una estupenda vida. Buenos cuidados en todos los aspectos y muchas horas de campo, socializando con el resto de ejemplares de la yeguada, entre los que era muy popular y querida. Eso, a veces era un problema para mí cuando salíamos a dar un paseo; a un jinete inexperto como yo,  le costaba dios y ayuda continuar camino cuando nos encontrábamos con algún grupo de congéneres … todos querían saludarla y ella saludar a todos!         

A Pía, su nombre probablemente no le viniera de las merecidas bondades de su significado, sino del nombre generico de los caballos de ese color: caballo de base blanca con grandes manchas por todo el cuerpo. Si las manchas son marrones, se dice que es un caballo pío en rojo, lo que era ella, si son negras, pío en negro.

Su altura a la cruz no era mucha, pero eso nunca le supuso ningún complejo. Ni siquiera cuando Fernando, su propietario, decidió “adjudicarnos mutuamente” y pasó a ser mi montura para los largos paseos que dábamos, siendo testigo directa de nuestras charlas, confidencias y silencios compartidos, Y digo que no tenía complejos por llevarme a mi y compararnos con el experimentado jinete que es Fernando y su impresionante caballo negro, Berberisco, todo juventud, fuerza y belleza. De lejos (bueno, y de cerca también) parecíamos un Quijote y Sancho actuales.
Ana, también tuvo oportunidad de quererla y montarla con, como podríais imaginar y podéis ver, mucho mejor resultado estético…

Pía me llevaba (literalmente) con suavidad, condescendía con mis torpezas y corregía mis errores. Probablemente ella, dada la sensibilidad de los caballos frente a los estados de ánimo y salud de quien los monta, supiera al menos tan bien como Fernando, el efecto tan positivo que tenían en mí esos paseos. Ambos eran cómplices de procurarme una terapia maravillosa para mi cuerpo y mente.
Uno de esos días que se recuerdan en la sección “Felicidad” del cerebro, y en un lugar importante, fue un pic nic que celebramos en una primavera esplendorosa. Pía me llevó hasta allí, y al solaz, tambien disfruto con nosotros del momento…

Me reconocía perfectamente cuando nos veíamos y se preparaba con tranquilidad para pasar a formar parte el uno del otro, como si de un centauro medio torpe (la mitad humana) se tratase.

Y ayer, viejita, con muchos años vividos con felicidad equina, se marchó. Y me dejó sin mi medio centauro. Cuando monte a otro caballo, me observará desde donde estén los equinos buenos; allí se habrá encontrado con Siroco un maravilloso semental que sin duda estará observando a Fernando, su fiel compañero durante años.
Y si la pudiéramos ver desde aquí, comprenderíamos que el mito de Pegaso, el caballo alado, no es tal. Son, simplemente, en lo que se convierten los caballos buenos. Y a Pía, ya le han salido, con toda seguridad, las alas que le corresponden como una nueva yegua/ángel.

Descansa PÍa.