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Lago di Garda. Italia.


“Soy un hombre sencillo
de gustos complicados.”

A.

Desde el mismo momento que nuestros amigos Montse y Juanma nos invitaron a la boda de su hijo en Verona, surgió en mi cabeza la idea de pasar unos días en el Lago di Garda, el más grande de los lagos italianos. Conocíamos ya el de Como, en el que habíamos estado en invierno, por lo que la fecha de la boda (julio) y los escasos 40 kilómetros que lo separan de Verona, hicieron el resto.

Una vez convencidos nuestros compañeros más habituales de viaje, Mónica y Fernando (lo que no nos costó mucho, todo hay que decirlo), escogimos como punto base el pequeño y coqueto Hotel boutique Aqua, a orillas del lago, con embarcadero propio y muy cerquita de Sirmione.
Sirmione es un pueblo situado en la parte más meridional del lago, y probablemente la mejor opción para hospedarse y descubrir desde allí esta maravillosa zona de Italia, sin embargo, al no ser demasiado grande pero si muy bullicioso en los meses estivales, decidirse en esta época por un hotel a las afueras, puede ser una buena alternativa. En un corto paseo, se accede a este pueblo medieval con ruinas romanas, y cuyo centro histórico se encuentra situado en una península que se adentra en el lago.

Tanto la oferta hotelera como gastronómica es abundante y para todos los gustos y bolsillo y sus calles empedradas y situación privilegiada le confieren mucho encanto.

El primer día, recién llegados en coche de Verona, optamos por una relajada comida con nuestros pies casi rozando las aguas del lago y con una acusada sensación de verano en el cuerpo. El lugar elegido, muy recomendable, fue La Casa dei pescatore, con un excelente pero sosegado ambiente, donde empezamos a poner en práctica nuestra particular interpretación de la Slow Food, que ya no abandonaríamos en nuestro periplo italiano.
Una estupenda lubina a la sal y, cómo no con Fernando cerca, un risotto fruti di mare, nos empezó a dar pistas sobre el nivel gastronómico que nos íbamos a encontrar.

Fue también, en buena medida, un viaje enológico. De muchos es sabida mi admiración por la forma de entender el vino de los italianos y de la veneración que sienten por sus caldos.
El lago tiene al norte la provincia de Trento, región de Trentino Alto Adige, al oeste la provincia de Brescia, región de Lombardía y al este la provincia de Verona, región del Veneto. Esta última, bajo mi punto de vista, una de las productoras de mejores vinos transalpinos, es la más representada en las cartas de vino de los restaurantes de la zona.

Así que tras una opípara bienvenida a nuestros estómagos, no nos quedó otro remedio que pasar la tarde al solaz, en el hotel, tumbados en hamacas delante justo de las aguas del lago, con baños ocasionales que mitigaban el calor reinante. El tiempo, inexorable, pasaba sin piedad pese a nuestros vanos intentos por detenerlo.

A una hora prudente con una temperatura mas suave, nos dirigimos a dar un agradable paseo por Sirmione y sus animadas calles. Cenamos tarde para la costumbre local pero volvimos a acertar. Tras el pescado del mediodía, el cuerpo nos pedía un cambio radical y optamos por la carne en una agradable terraza en el centro del pueblo, en la Osteria del Fos. Nos fuimos, como no, los últimos, tras una animada cena y vuelta al hotel recordando anécdotas de la reciente boda en Verona.

Al día siguiente y tras un desayuno cuyos productos eran casi todos de elaboración propia y artesanal del hotel, cogimos el coche para recorrer la carretera que bordea el este del lago. Visitamos Garda y Bardolino, donde comimos sobre la marcha y con más pena que gloria en una de las turísticas terrazas del puerto. Esto nos permitió dar un precioso paseo al borde del lago por uno de los parajes mas bonitos y también que Mónica y yo degustáramos un riquísimo (y grande…) helado.
La tarde discurrió con paradas para conocer pequeños y recónditos lugares casi hasta la puesta de sol. Volvimos al hotel y el cansancio nos hizo cenar algo rápido en el pueblo, para poder irnos pronto a descansar.

Y es que al día siguiente nos esperaba uno de los platos fuertes del viaje. Un paseo de dos horas por el lago en una Riva de los años 70.

La historia de Riva empieza en 1842, cuando un carpintero llamado Pietro Riva se traslada a Sárnico y monta un astillero familiar de barcos de pesca junto al lago Iseo. Su hijo Ernesto introduce las embarcaciones a motor para transporte de turistas. Serafino, hijo de Ernesto y nieto de Pietro, cambia el rumbo de la empresa en los años 20, fabricando las primeras lanchas particulares e introduciendo a la marca en las carreras de lanchas a motor.

Ya en los años 60, con Carlo Riva al frente de la compañía se lanza la que simboliza la “dolce vita”, el modelo Aquarama.
La Riva Aquarama representa guna época que ya no existe. Sus líneas, los acabados en caoba, cuero, cromo y nácar, y sus grandes motores intraborda V-8 de gasolina, marcaron en los años 60 un hito del diseño de las embarcaciones de recreo.

Aunque hoy en día la firma goza de muy buena salud, construyendo barcos de lujo de grandes esloras, la sensación de navegar en una Aquarama era algo que yo quería experimentar desde hacía tiempo. Así que sin Fernando (en cuanto salga una operación para quitar el mareo, allí estaremos), nos dispusimos a surcar las aguas del Garda durante más de dos horas en una preciosa unidad del 73.

Nos recogieron en el embarcadero privado del hotel y con nuestro experimentado capitán (que traté por todos los medios que no pidiera al alimón en matrimonio a Ana y a Mónica!) nos dirigimos a la Isole di Garda, Palazzo Martinego, Gardone Tivera, la increíble y decadente Villa Alba, la península Toscolano/Maderno (dividida en 2 por un río y controlada por 2 familias poderosas y rivales, de ahí los 2 nombres)… unas horas maravillosas donde la única pega fue que Fernando no lo disfrutó con nosotros.

Comimos en el Ristorante Tancred, a la orilla del lago y a la altura de lo que habíamos vivido esa mañana. Sitio idílico y servicio y comida al mismo nivel.

Para la noche de despedida del lago, nos dirigimos a Desenzano dei Garda, en la ribera Oeste. Un pueblo que rezumaba clase decadente pero digna por los cuatro costados.
Cenamos en el Ristoranre Aquariva, frente al pequeño puerto. Un sitio elegante, con comida estupenda y servicio sofisticado. Las chicas se decidieron por ostras y tartar de salmón, mientras que nosotros dimos cuenta de un gran pescado al horno. El riquísimo Tiramisú, puso la rúbrica a unos días maravillosos, descubriendo lugares y rincones y disfrutando de la compañía de nuestros amigos.

Nuestro viaje terminaría en Venecia, a la que nos dirigimos en coche para pasar un par de noches antes de volver a España, pero esta ciudad bien merece un capítulo aparte. Solo mencionaré a modo de “trailer,” que la cena viendo ponerse el sol en la terraza del restaurante del Hotel Danieli fue…

Continuará.

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