Alsacia es una región situada en el noreste de Francia y que limita con Alemania y Suiza. Históricamente ha estado bajo control alemán y francés, siendo patente la mezcla de ambas culturas. Basta con ver el impronunciable nombre de alguno de sus pueblos para constatar esta influencia (Riquewihr en francés, Richawir en alsaciano, o antiguamente Reichenweier en alemán).
Su capital es Estrasburgo, a su vez sede formal del Parlamento europeo, a la que llegamos por carretera desde el peculiar aeropuerto de Basilea-Mulhouse-Friburgo, con tres fronteras de entrada/salida: Suiza, Francia y Alemania. Es muy curioso observar policía aduanera de tres países diferentes en un aeropuerto tan pequeño y también peculiar tener que ser precavido a la hora, por ejemplo, de alquilar un coche; si lo hacemos en el lado suizo, deberemos devolverlo en el aparcamiento del mismo país, ya que si no, incurriremos en una penalización. Nuestro vuelo era a Basilea.
Fuimos en enero, mes en el que pasadas las Navidades y haciéndolo coincidir con el cumpleaños de Ana, tenemos por costumbre hacer un viaje desde hace ya unos cuantos años.
Viajar en esas fechas tiene el inconveniente del frio, pero también su encanto, habiéndonos permitido disfrutar de preciosos paisajes nevados en distintas ciudades y países europeos y norteamericanos. Además, no hay masificación turística y los precios corresponden en muchos destinos a la temporada baja.
Estrasburgo es una muy bonita ciudad, revitalizada por su condición de sede del Parlamento europeo. Una advertencia importante: el horario de comidas en los restaurantes es de 11:30 de la mañana a 2 de la tarde y si no has comido a esa hora, los establecimientos echan el cierre (literalmente) y te puedes ir olvidando de encontrar algo salado y caliente para comer. A lo máximo a lo que se puede aspirar es a un pedazo de tarta en alguno de los salones de té, que toman el relevo en la responsabilidad de alimentar a locales y visitantes hasta las 6:30 de la tarde, hora a la que vuelven a abrir para el servicio de cena (que también se complica, y mucho, a partir de las 9:30 de la noche).
Se percibe la sensación de la frialdad propia de una ciudad de paso, con vida cuando hay actividad política y que se pone en modo pausa cuando no la hay.
Nos alojamos en el Hotel Cour du Corbeau, cuya construcción data de 1528, en una amplia y bonita habitación situada estratégicamente y con un buen servicio. Es una opción diferente a los cada vez más estandarizados hoteles actuales, más en una ciudad con una población flotante muy elevada que pernocta y busca, sobre todo, la funcionalidad. Muy recomendable.
En cuanto a la gastronomía, Alsacia es Francia, pero no es Francia, al incorporar muchas tradiciones germánicas y esta marcada por el uso de la carne de cerdo en distintas formas. Se trata de una de las cocinas regionales galas más ricas, con variedad de platos y conocida por sus porciones generosas. De hecho, un proverbio alsaciano dice así: «En Alemania, es mucha, pero no es buena. En Francia, es buena, pero no es mucha y en Alsacia, es buena y es mucha».
La región es también conocida por sus vinos, especialmente los blancos.
La época del año, no invitaba especialmente a visitar una bodega, aunque sí íbamos preparados para ver uno de los procesos naturales más curiosos usados en la elaboración de un vino y que se imita artificialmente en otros países, entre ellos, España. Estamos hablando del vino de hielo o ice wine.
Como puede deducirse de su nombre, se trata de un vino elaborado a partir de las uvas congeladas, y que como otros muchos descubrimientos o invenciones, tiene su origen en un accidente o error.
En 1794, mientras los viticultores de Baviera en Alemania, esperaban la correcta maduración de la uva, fueron sorprendidos por la temprana entrada del invierno y la uva se congeló. Pero claro, no se iban a quedar ese año sin vino! Se dieron cuenta de que vinificando estas uvas parcialmente congeladas, se resaltaban una serie de características que no esperaban: el vino obtenido era dulce, aromático, muy sabroso y de acidez intensa. Aunque es más habitual en Alemania, Alsacia cuenta con algunas bodegas que se lanzaron a esta aventura.
A partir de mediados del siglo XIX se extendió su fama, y en Francia pronto adoptaron la elaboración de lo que ellos denominan vin de glace, de producción muy limitada y consumo en ocasiones muy especiales.
El precio de estos vinos es alto ya que su elaboración es compleja y no todos los años se dan las circunstancias favorables. Las uvas deben ser vendimiadas a mano en estado de congelación en el racimo y prensadas con los cristales de hielo, lo que provoca una alta concentración de azúcares y ácidos debido a la deshidratación, mejorándose de este modo la extracción de compuestos aromáticos y sápidos.
Las uvas en algunos casos se encuentran además de congeladas, sobremaduradas, al no vendimiarse a su debido tiempo a la espera de la llegada de las condiciones climáticas precisas. En ocasiones esta demora puede ser de meses.
Para que se congele la uva es necesario que la temperatura ambiente se mantenga durante varios días sobre los 7 u 8 grados bajo cero pero nunca por debajo de los -13ºC, ya que se perdería toda la cosecha por la imposibilidad de elaborar vinos con la uva totalmente solidificada.
El vino de hielo es técnicamente posible porque, a dicha temperatura, lo que se hiela del grano es el agua, y así puede extraerse un jugo muy concentrado.
Las variedades mas usadas son la gewürztraminer y riesling, pero también se utilizan chardonnay, cabernet franc y vidal (en Canadá).
Los más reputados se encuentran en Alemania, sobre todo a lo largo del Mosela, el Sarre y el Ruwer. Son a menudo muy caros (250 euros por botella), por su costosa elaboración.
Durante nuestra estancia en Alsacia, no se dieron las condiciones necesarias y, por lo tanto, no pudimos ver este proceso único. Tendremos que volver!
Para finalizar con Estrasburgo, mencionar un restaurante muy interesante La Casserole, con una estrella Michelin. Es pequeño y elegante con gusto por el detalle (cabe destacar la magnífica cristalería Zalto que utilizan). Una estupenda cena de celebración de cumpleaños solo empañado por el terrorífico servicio del camarero asignado a nuestra mesa.
Tras tres días en esta ciudad, nos dirigimos por carretera a Colmar. Recorrimos en menos de una hora los 70 kilómetros que separan ambas ciudades y nos dirigimos directamente al mas que recomendable Hotel La Maison des Têtes (La Casa de las Cabezas) de Relais & Chateaux. Construida la casa en 1609, esta residencia burguesa debe su nombre a las 106 cabezas pequeñas de piedra que decoran la fachada. Está estratégicamente situado para disfrutar de esta pequeña (unos 70.000 habitantes) pero encantadora ciudad alsaciana.
Da la sensación de estar en un cuento rodeado de casas de chocolate y recomendamos perderse por sus estrechas y adoquinadas calles y dejar que el entorno nos traslade a otra época. Está lleno de rincones que ver, puentes sobre sus muchos canales y coquetos cafés para sentarse a hacer un descanso.
Una noche en Colmar, es suficiente para verla.
Aunque muchos restaurantes llenan sus calles, nosotros optamos por cenar un sabroso codillo en la brasserie del hotel, que cuenta también con un restaurante con estrella Michelin.
Alsacia es un destino muy atractivo, que podemos adaptar en tiempo de visita como queramos, con una rica gastronomía y el atractivo del vino. Seguramente en época de vendimia resultaría muy interesante aunque, según nos comentaron, hay que ir preparado para enfrentarse al gran número de visitantes que optan por este momento del año.