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Ciudad del Cabo. Peninsula del Cabo. Sudáfrica.

El contraste es brutal. Despegar del aeropuerto de Maun en Botswana y aterrizar en el de Ciudad del Cabo, es como cambiar de planeta. Pasar del orden caótico a las filas ordenadas, de un aeropuerto viejo sin aire acondicionado, a uno moderno y con todas las comodidades… Pero se notaba que seguíamos en Africa: cuando llegábamos a la interminable cola del control de pasaportes, alguien dijo nuestro nombre y un amable policía nos acompañó a otra zona que nos permitió realizar el tràmite aduanero solos.

Nos alojamos en el Dock House, un precioso hotel de tan solo 6 habitaciones en el que, pese a estar a menos de 5 minutos caminando del Waterfront (la zona más turística y animada de la ciudad), se respiraba una tranquilidad total.
Desde la terraza corredor de nuestra habitación, encima del jardín, teníamos una vista privilegiada del puerto, todas sus atracciones y restaurantes.
La sensación era de estar en nuestra casa. El desayuno, por ejemplo, se servía en una luminosa y coqueta salita, que bien podía ser de una vivienda. También existía la opción de ir a desayunar al lujoso Victoria & Alfred hotel, lo que hicimos uno de los días, siendo una alternativa estupenda para variar.

Dejamos nuestras maletas y nos dirigimos al bullicioso Waterfront, repleto de animados bares con música en directo, restaurantes, tiendas… En ningún momento, ni de este día ni de ninguno de los que estuvimos en Sudáfrica, tuvimos ninguna sensación de inseguridad. Por recomendación del personal del hotel, cenamos en el restaurante Sevruga. Una más que agradable sorpresa! Excelente marisco con puntos de cocción y plancha perfectos, sugerencias acertadas, impecales instalaciones, servicio eficaz y un precio de los que no se ven en España desde hace mucho tiempo! Una cena espectacular a un precio sorprendentemente bajo.
Volvimos al hotel dando un agradable paseo.

Al día siguiente a las 9, tras un copioso desayuno, nos esperaba nuestro guía. Salimos de la ciudad y ahí vimos por primera vez, los efectos del terrible apartheid sufrido por la población negra durante muchos, demasiados años, ante las miradas hacia otro lado de los, supuestamente, países desarrollados. Los poblados de chabolas a ambos lados de la autopista, nos trasladaron a un pasado, no tan lejano, y  pese a lo conseguido, sin duda, con esfuerzo titánico, mucho trabajo y enorme determinación, aún queda un largo camino por recorrer. Gran parte de los puestos de responsabilidad o mandos en hoteles, restaurantes, tiendas, bodegas, están ocupados por blancos, la mayoría descendientes de los afrikaners, considerados por ellos mismos un grupo étnico diferenciado y con un idioma propio. Esperemos que el mundo evolucione hacia donde debe y todo esto se convierta en una horrenda, pero pasada, pesadilla.

Cogimos Chapman’s Peak Drive, una carretera panorámica en dirección a las larguísimas e imponentes playas de la Península del Cabo. Aquí, volvemos a ver un país próspero, con magnificas viviendas unifamiliares en un entorno muy cuidado.
Estuvimos en Noordhoek Beach, Camps Bay Beach y Kommetjie beach. La temperatura era agradable (era octubre, inicio de la primavera) y casi apetecía darse un baño, pero la idea se nos quitó rápidamente de la cabeza cuando nuestro guía nos informó de que la temperatura del agua, por la cercanía del polo sur, rondaba los diez grados durante todo el año.

Nuestra siguiente parada fue en el Parque del Cabo de Buena Esperanza. Se suele considerar, erróneamente, que en este punto se unen el océano Atlántico y el Índico, lo cual no ocurre sino en el cabo Agulhas, que se encuentra más al sur.
Era un día de mar tranquila y así todo imponía imaginar los antiguos y endebles barcos navegar por allí. Es un mudo testigo  de cientos de naufragios. Cuanto mas viajamos, mas convencidos estamos de que la naturaleza supera a la obra más grande que el ser humano pueda construir.

Tras una agradable y ya necesaria parada para comer en Fish Hoeck, nos dirigimos a Boulder Beach. En este lugar se encuentra una simpática colonia de pingüinos africanos, también conocidos como pingüinos de El Cabo o pingüinos jackass. Jackass significa burro en inglés, y este nombre hace referencia al ruido que hacen estos animalillos, muy parecido a un rebuzno. Por desgracia, esta especie se encuentra en peligro de extinción, de ahí la protección sobre ellas.

Aunque cansados, no quisimos perdernos una buena cena, y por recomendación de nuestro guía, fuimos a cenar al restaurante Carne, así en español. Aunque resulta obvio el tipo de comida, es interesante comentar que se pueden degustar prácticamente la totalidad de animales salvajes del continente africano.
Ana estuvo más prudente y ordenó una carne de vaca, pero yo me animé y pedí el mixto de carne salvaje: 400 gramos de carne de avestruz, antílope, ñu negro, impala y blesbok (antílope autóctono). Alguna textura extraña, sabores fuertes, pero la experiencia fue muy positiva, tanto como el excepcional vino sudafricano con el que acompañamos nuestros platos.
El local es muy bonito y estaba lleno, con un ambiente estupendo!

Esperábamos el día siguiente con muchas expectativas, pues teníamos programada visitas privadas  a dos bodegas con cata incluida. De camino, nos detuvimos en Stellenbosch, un encantador pueblo, de cerca de 200.000 habitantes, epicentro de la zona vinícola cercana a Ciudad del Cabo. Con la sensación de estar en California más que en Sudáfrica y con un maravilloso día de sol, recorrimos sus calles llenas de atractivas tiendas y terrazas. Sentados en una de ellas, mientras asistíamos atónitos a la mejor imitación de sonidos de todo tipo por parte de un artista callejero, comentamos que no nos habría importado pasar el día allí, pero el horario estaba programado y había que seguir camino…

Iniciamos nuestra andadura en Tokara, una modernísima bodega, con instalaciones, procesos y vinos de vanguardia. La bodega Fairview fue el contraste. Clásica en su concepción y en sus vinos, si exceptuamos un muy buen Pinot Noir.

Sin ganas de comer tras las dos catas, nos dirigimos a Table Mountain, uno de los símbolos más representativos de Ciudad del Cabo. Se trata de una montaña de cima plana localizada en un lugar prominente que domina la Ciudad. Las vistas quitan la respiración, aunque también la interminable espera del único ascensor, que convierte la subida y sobre todo la bajada en un desespero. Pero, sin duda, merece la pena!

La tarde de lo que sería el último día en Sudáfrica, terminó con un excelente café en Truth, un original local, muy frecuentado por los capenses.

De la cena preferimos no acordarnos. Solo recomendar no visitar el restaurante Capetown Fishmarket Waterfront. Nos lo agradeceréis…

Y así terminó un maravilloso viaje por África. Momentos muy especiales vividos en lugares muy distintos, pero todos con un denominador común: un continente que hipnotiza, abraza y nos hace un poco suyos. Volveremos!

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