Tener clase es un don enigmático que la naturaleza otorga a ciertas personas sin que en ello intervenga su inteligencia, el dinero ni la edad. Se trata de una secreta seducción que emiten algunos individuos a través de su forma natural de ser y de estar, sin que puedan hacer nada por evitarlo.
Un término, por otra parte, cada vez menos usado en la octava acepción que la RAE da a esta palabra: distinción, categoría. Será que cada vez son menores las posibilidades de uso?
Podemos trasladar la acepción a determinados lugares en los que al entrar una atmósfera de elegancia y refinamiento nos invade (restaurante, hotel, tienda, casa…). No se trata del qué, si no del cómo.
El qué, podemos copiarlo, ubicarlo en otro sitio, pero sin el cómo nunca será igual. Y son los individuos que la atesoran, los que transmiten a su ropa, su casa, su negocio, incluso a sus ciudades, esta cualidad.
Muy poco o nada, tiene que ver con las posibilidades económicas. Ejemplos miles tenemos de personas con ingentes cantidades de dinero, directamente proporcional a su ordinariez. Cuando el dinero que poseo se convierte en opulencia mal llevada, en atesorar bienes que resalten mi poderío económico, en demostraciones burdas de riqueza materializada en cuanto más caro mejor, lo vulgar se apodera del ambiente y la lucha por el pendiente mas costoso, el coche mas llamativo o la compañía más despampanante, transforma el campo de batalla en algo vulgar. Caro, pero vulgar, muy vulgar.
Como no pretendemos herir ninguna sensibilidad, no hablaremos ni de lugares ni de personas. Aunque cualquier observador medianamente avezado, se percatará de qué y quiénes…
Normalmente, son sitios donde nada o muy poco es necesariamente nuevo. Ni los muebles ni la decoración si hablamos de una casa, ni la carta ni el local si es un restaurante, ni los edificios ni las calles si es una ciudad y, por supuesto, ni el dinero ni las joyas ni la ropa y complementos de marca en una persona.
En todos los casos anteriores, son cosas que se pueden comprar, más o menos caras y con mayor o menor dificultad, pero se pueden adquirir. No es el bolso más caro del mundo, el Diamond Himalaya de Hermès valorado en 340.000 € ni el Rolls Royce Boat Tail de 28,8 millones de dólares, los que otorgan a sus inmensamente ricos propietarios ni un ápice de clase, ya que en esta cuelga el cartel de not for sale.
En el extremo contrario, podemos citar lugares como Forte dei Marmi en la Toscana.
Esta pequeña localidad de apenas 7.000 habitantes permanentes, ubicada sobre el Mar de Liguria en la comarca de la Versilia es el paradigma de la clase.
Aquí no rugen los motores de los Lamborghini, ni los hoteles son llamativos, ni las ropas lucen grandes logotipos que convierten a el/la usuario/a, en hombres y mujeres anuncio. Un poso de tranquila elegancia, de comodidad sencilla, con clásicos establecimientos balnearios a lo largo de su extensa playa, encantadores restaurantes frente al mar, o coquetas tiendas que no son óbice, para encontrar boutiques de prácticamente la totalidad de marcas de ropa y complementos de lujo.
La propia localidad es un ejemplo de discreción, ya que es un lugar internacionalmente muy poco conocido.
En cuanto a personas, siempre recordaré cuando tuve la oportunidad de conocer, hace muchos años, al desaparecido Sean Connery. Cuando me lo presentaron, me saludó con una leve inclinación de cabeza y una sonrisa como acompañamiento a un apretón de manos en su justa medida. Iba vestido con un jersey de cuello cisne negro, pantalones del mismo color, americana de tweed y zapatos de ante. Nada estridente, ninguna marca ni logotipo aparecía por ninguna parte, pero la elegancia estaba presente en cada ademán, palabra o sonrisa de Sean. Claramente se percibía que no era ni aprendido, ni forzado. Él era así.
Parece que esta genética innata se está perdiendo, diluyéndose entre la zafiedad que toma posiciones y se afianza, convirtiendo en rara avis a quienes la poseen.
Ya lo decía hace muchos años Coco Chanel, con cuyas creaciones muchas mujeres trataron de adquirir lo que no tenían:
“No es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es la educación. No es la ropa, es la clase».
Corren malos tiempos para la lírica…