Son las 6:55 en punto de la mañana del 7 de agosto de 2020. En alguna cala de la costa mallorquina.
Como viene siendo costumbre desde hace unos años, mi mala relación com Morfeo y la buena con Ana, hacen que, para obedecer a uno y no molestar a la otra, me haya levantado, un día más con la penumbra por testigo.
Salí de nuestro camarote en Okelani, santuario vacacional desde hace 10 años, gracias a que sus propietarios y buenos amigos, Cristina y Juan, tienen a bien compartir su disfrute con nosotros, durante unos maravillosos días de agosto, para empezar un nueva jornada.
Durante el tiempo de escasez de descanso nocturno, he ido y continúo aprendiendo a disfrutar de esas horas de vigilia añadida a la máxima recomendable.
Tras saludar a Cristina, inusualmente despierta a esas horas, pero a la que un asunto laboral aún no le ha permitido arrancar el “modo vacaciones“ al 100%, me dispuse a disfrutar de mi despertar con un baño en el Mediterráneo (lo que, dada la configuración del termostato de mi cuerpo, hubiera resultado imposible y hasta temerario, en mi Cantábrico natal).
Mis limitadas dote narrativas, me impiden transmitiros las sensaciones de los 15 minutos que pasé en el agua, sin mas sonido que mis chapoteos, ni mas compañía que las siluetas de unos pocos barcos con sus durmientes a bordo (desconozco si bellos o no). Inenarrable.
Salí del agua con tiempo para prepararme para ver nuevamente el milagro del amanecer. Por un instante, con esos primeros rayos dorados, parecía que el mundo se había detenido ante mi.
Pese a la pandemia, a la terrible explosión en el Líbano, a las guerras, a Trump y a Putin, a nuestros políticos locales, a las enfermedades y haciendo frente a la miríada de desgracias que castigan nuestro planeta, pese a todo, volvió a AMANECER.
Decía Victor Hugo, que el amanecer tiene una grandeza misteriosa que se compone del residuo de un sueño y de un principio de pensamiento. Hay un momento en cada alba en el que la luz está como suspendida: un instante mágico donde cualquier cosa puede suceder. La creación contiene su respiración. Y yo, hoy, lo he vuelto a vivir.
Y juego con el título de la película de José Luis Cuerda: Hoy, ha amanecido… que no es poco!