Eran las Navidades de 2002. Vivíamos en Madrid. Oviedo no era, ni siquiera una opción.
En internet descubrí que el 4 de abril de 2003, uno de nuestros cantantes favoritos (en mi caso, el favorito!), James Taylor, daría su único concierto en la Europa continental, y lo haría en el mítico L’Olympia de Paris. En el mismo momento, saqué dos estupendas entradas en la fila 4 y empezamos a planificar el viaje.
Decidimos ir en coche y habría dos momentos álgidos: el propio concierto y una cena en el restaurante parisino Guy Savoy, que no solo había recibido recientemente su tercera estrella Michelín, sino que había sido nombrado mejor restaurante del mundo!
El día 3 de abril del 2003, Ana y yo, con un cargamento de cd’s considerable pero infinitamente más pequeño que nuestra ilusión, salimos dirección a Paris.
Habíamos planeado cenar y dormir en el valle del Loira, concretamente en Saint Patrice, en el majestuoso Château de Rochecote, a unas 3 horas de nuestro destino. No contábamos con que estábamos en Francia, un frio jueves de principios de abril y cuando llegamos al Château, 8 de la tarde, el restaurante estaba cerrado…
Nos ofrecieron el servicio de habitaciones que, por supuesto, rápidamente aceptamos. Francia es Francia para todo, y cuando llegamos a nuestra habitación situada en una esquina del edificio (absolutamente propia del palacio en el que nos encontrábamos), nos envolvió el calor que emanaba de la chimenea y las llamas que iluminaban hasta los frescos de los altos techos… en ese momento, agradecimos no haber llegado antes. La cena, además, fue excelente, presagio de lo que nos quedaba por delante.
Tras un sueño reparador y unos pocos cientos de kilómetros, llegamos al Hotel Plaza Athénée con tiempo suficiente para descansar un rato antes de dirigirnos a L’Olympia. Disfrutamos de uno de esos conciertos en el que la complicidad entre público y artista, es patente desde el inicio. Tras 3 horas de concierto e innumerables bises, el colofón fue la aparición en el escenario de Sting y ambos, guitarra en mano, dieron fin a un recital inolvidable.
Aunque teníamos una reserva para cenar en un interesante restaurante, la duración del concierto hizo que esto fuera imposible así que cenamos algo ligero en la habitación.
La oferta gastronómica en el Plaza Athénée la diseña y dirige el gran Alain Ducasse. Y el desayuno, así lo atestiguó: magnifico en presentación, variedad, calidad y, por supuesto, originalidad. Pero nuestras mentes y estómagos, estaban puestos en Guy Savoy…
Llegamos al restaurante antes de las 8 de la tarde. Nos recibieron a pie de taxi y tras acompañarnos a la mesa y traernos una bebida de bienvenida, el maitre se acercó. Le contamos por qué y cómo estábamos allí y al rato apareció el propio Guy Savoy para darnos la bienvenida y ofrecernos unas variaciones de temporada sobre el habitual menú degustación que, por supuesto, aceptamos.
Nuestra mesa, estuvo atendida durante toda la noche por una persona del equipo de maitres que nos explicó detalladamente cada plato (puntualmente, Savoy venía a explicarnos los cambios), un camarero exclusivo y un sommelier responsable de los distintos vinos que probamos. Además, una persona que llamaba la atención por sus inmaculados guantes blancos, cortaba los distintos panes recién hechos que maridaban a la perfección con cada plato servido.
Los vinos que acompañaron nuestra cena fueron:
- Anjoo La Lune 1998 AOC Loira
- Chateau Val Joanis de Cécile Chancel 97
- Chateau Figeac 97
- Domaine de Beaucastel P. Perrin del 93 AOC Chateauneuf du Pape
- Domaine Bachelet 1999.
Y los platos comenzaron a llegar:
– Entradas
- Crema de zanahorias con aroma de anis. Crujiente de atún. Pechuga de pollo.
- Terrina de foie en canapé.
– Menú
- Ostra con gelatina de limón y su propio jugo
- Espárragos verdes con mousse de foie y vinagreta de trufa de primavera
- Cigala con salsa de limón y vainas de guisantes
- Dorada con su piel crujiente, sobre cama de pencas, con champiñones y boletus en salsa de vainilla
- Sopa de alcachofas con laminas de trufa de primavera y parmesano, con brioche caliente de champiñones y trufa.
- Mollejas de ternera, crujiente de patata y foie y trufa
– Petit Fours
- Crujiente con pasas y chocolate negro caliente
- Mandarina caramelizada y miniteja de fresa
- Miniatura de magdalenas calientes
– Postres
- Texturas de fresa: sorbete, helado, mousse, granizado, láminas caramelizadas y láminas anisadas
- Milhojas de hojaldre y crema
- Tocinillo de pomelo con galleta de uva
- Tarta de chocolate, mousse con granos de chocolate puro sobre teja de chocolate
– Carro de quesos
– Café, infusiones y carro de sorbetes y golosinas, acompañados de mermeladas, cremas de leche, chocolates….
En los quesos, Ana se retiró muy dignamente de la competición, dejándome que yo probara alguno más por no dejar pasar aquel espectáculo que por sí sólo merecería una visita. En los sorbetes y golosinas, muy a nuestro pesar, la retirada fue conjunta…
La armonía de sabores en cada plato, no era impedimento para reconocer los ingredientes. El fin último de una creación gastronómica, se conseguía con creces: estar deliciosos! El servicio, elegante, ponderado, sin ningún agobio aún pendientes de cualquier necesidad.
Al día siguiente, tocaba volver a casa. El camino, fue prácticamente monotemático recordando lo que hoy, pasados muchos años y visitas al Bulli, Celler de Can Roca, Gordon Ramsey, Joël Robuchon, Pierre Gagnaire, Le Gavroche, Diverxo y otros muchos, sigue siendo, probablemente, la mejor cena, hasta ahora, de nuestra vida…