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Namibia (1). Desierto de Namib

Llevábamos tiempo deseando viajar al sur de África, pero por una razón u otra, no lo habíamos conseguido. A lo largo de la vida, hay momentos en que los astros se alinean de tal forma, que el cúmulo de circunstancias, en otro caso improbables, que se producen, te empujan a aprovechar esa situación ideal para algo en concreto.
En el pasado, nos ha sucedido en más de una ocasión. Una de las veces, en algo tan importante como que Ana y yo nos encontráramos, por una suma de casualidades que rozaban lo imposible (de esto, han pasado mas de 20 años!). Y con este viaje, sucedió algo parecido. Así que, dispusimos mente, cuerpo y alma para disfrutar al máximo lo que nos íbamos a encontrar. Y encontramos tanto, que lo iremos transmitiendo en varias etapas, para no atragantaros con momentos sublimes!

Namibia es un destino, en principio, menos atractivo que otros del continente, si tenemos en cuenta que la mayoría de los viajes a Africa, tienen como objetivo principal, ver animales. Los hay, pero desde luego nada comparable con lo que podemos encontrar en sus vecinas Sudáfrica y, sobre todo Botsuana. Pero ha sido uno de los grandes descubrimientos que recomendamos sin ningún género de dudas. Una combinación con los dos países mencionados, e incluso Zimbabue para ver las impresionantes Catarátas Victoria, convertirá este periplo, posiblemente, en una increíble aventura.

Aunque el viaje es largo, la emoción por lo que nos espera, y una entretenida escala en Doha (su aeropuerto es un alarde de lujo se mire por donde se mire, especialmente las business y first lounges), hace el vuelo muy llevadero. Al llegar al aeropuerto de la capital del país, Windhoek, nos esperaban para llevarnos al de vuelos domésticos (poco más de 45 minutos), donde la hora de salida hasta nuestro destino era…una incógnita.
En trayectos interiores, la mayoría de los vuelos se hacen en pequeñas avionetas de 4 plazas (piloto, un supuesto copiloto que no había en este caso y dos pasajeros: nosotros). La hora de salida está condicionada por la climatología, los enlaces, con la prohibición de volar de noche…

El piloto oficia también de copiloto, sobrecargo y auxiliar de vuelo, y tras explicarnos brevemente que teníamos una hora a destino (Sossusvlei), darnos una caja a cada uno con, digamos, un tentempié y prepararnos para las mas que probables turbulencias (el calor que hacía las favorece), despegamos.

Sin más incidentes reseñables, aterrizamos en una pista de arena donde nos esperaba un representante de nuestro alojamiento, el Kulala Desert Lodge, situado en una reserva y el único con entrada privada y directa al parque nacional.
Llegamos al hotel tras casi 24 horas de viaje.

Tras dejar nuestro equipaje en la habitación/cabaña, hicimos nuestra primera incursión en el desértico paisaje cercano al lodge y disfrutamos de nuestra primera puesta de sol, copa de champagne en mano, en el sur de África. Las palabras, de las que soy acérrimo defensor, no son capaces de describir la magia de ese instante que se desea eterno, mientras el sol desaparecía. Tan sólo llevábamos unas horas allí, y África nos empezaba a atrapar…

Por fin llegamos al final, o eso creíamos, de un largo día. Nos esperaba una deliciosa cena a la que nos dirigimos directamente, ya  que pasar por nuestra habitación implicaba un alto riesgo de caer rendidos.

En esta zona del desierto del Namib, los alojamientos no son lujosos, pero tienen, eso sí, lo necesario para que la estancia sea agradable.
Estábamos además a punto de vivir, uno de los grandes momentos de nuestra vida viajera que, pese a las horas que llevábamos en pie, solo podemos describir como excepcional. En aquel entorno casi irreal y arropados por un silencio sobrecogedor, nos sentamos en la terraza de nuestra habitación sin ninguna luz, ni siquiera la de la luna (situación esta ideal para observar el firmamento) y con la sola compañía de otras 11 cabañas lo suficientemente separadas, para no reparar en ellas.
Cuando levantamos la mirada, pudimos contemplar el cielo mas alucinantemente bello que jamás  habíamos visto y ni siquiera imaginado. Nos miramos, o mejor nos adivinamos en la oscuridad, preguntándonos si era posible tanta belleza, si aquello no sería un decorado… Nos sentimos tan insignificantes ante aquel océano estrellado, que apenas respirábamos para no romper el hechizo. Estaba literalmente repleto de millones y millones de puntos luminosos que destacaban con una nitidez casi irreal. Nunca habíamos contemplado el firmamento con esa magnitud, tan denso, tan hipnótico.
Permanecimos un buen rato, no sé cuanto, en absoluta calma compartiendo uno de los momentos con más magia de todos nuestros viajes, pero pese al maravilloso escenario, nuestros cuerpos notaban ya las más de 30 horas que habían pasado desde nuestra salida de Madrid, y con las emociones a flor de piel por todo lo vivido en nuestra primera jornada, nos dormimos con la ilusión de saber que tan solo había sido el primer día…

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