“La felicidad requiere algo que hacer,
algo que amar y
algo que esperar.”
Proverbio africano
Tras la sobrecogedora experiencia de las Cataratas Victoria, donde la naturaleza se expresa con una fuerza casi mística, cruzamos por carretera desde Zimbabue hacia Botsuana. El paso de frontera nos devolvió al África más terrenal, la que se huele, se siente y se escucha. Nuestro destino: el Ngoma Safari Lodge, en pleno corazón del Parque Nacional de Chobe.
Allí comenzó, de verdad, nuestra aventura africana. Fue en Chobe donde por primera vez nos sentimos inmersos en la vida salvaje, donde cada día traía consigo la promesa de un encuentro inolvidable con la naturaleza más pura.
El lodge, integrado con una elegancia sobria en el paisaje, nos acogió durante cuatro días que ya forman parte de nuestra memoria sentimental. Nuestra habitación, un bungalow independiente abierto al entorno, contaba con una pequeña piscina en la entrada. Por la noche, los elefantes se acercaban silenciosamente a beber de ella bajo el cielo estrellado, como si formaran parte del ritual nocturno del lugar. Desde la terraza del restaurante, con una copa de vino sudafricano en la mano, contemplábamos cómo los animales acudían a una charca cercana a saciar su sed al atardecer. La escena tenía algo de irreal, como si estuviéramos observando una película desde la primera fila.
Nuestra vida en Chobe se regía por la luz del sol. A las seis de la mañana, cuando el cielo apenas insinuaba el alba, salíamos en nuestro primer safari del día. Las horas centrales, abrasadoras, las dedicábamos al descanso y la contemplación, para volver a salir por la tarde en busca de nuevos encuentros con la fauna africana.
Y qué encuentros. Parece ser que la fortuna nos sonrío porque allí vimos por primera vez a los cinco grandes: el elefante, el rinoceronte, el león, el búfalo y, por supuesto, el leopardo. La escena que vivimos con este último fue absolutamente inolvidable. Primero le vimos cazar un impala con una precisión sobrecogedora, y luego, con enorme esfuerzo, subir la presa a las ramas de un árbol. Mientras contemplábamos esa proeza física, nuestro experimentado guía nos indicó que, no muy lejos, se tenían que encontrar las crías del leopardo. Las descubrimos entre la maleza, jugando despreocupadas, ajenas al drama reciente, en uno de los momentos más espectaculares y conmovedores de todo el viaje.
Uno de los recuerdos más especiales coincidió con el día de mi cumpleaños. Esa noche, el lodge organizó una barbacoa sorprendente bajo las estrellas, en un rincón mágico del hotel, rodeados de farolillos y la inmensidad de la sabana. Al final de la cena, el equipo del lodge me sorprendió con una emotiva felicitación al estilo Botswana: cantos, palmas, bailes tradicionales y una energía vibrante que nos envolvió por completo. Fue un gesto cálido, espontáneo y profundamente humano, que me tocó de una manera que pocas veces he sentido viajando. África tiene esa capacidad de recordarte lo esencial.
Chobe fue nuestro primer contacto real con la fauna africana y nos marcó profundamente. No solo por los animales, sino por la energía del lugar, por la forma en que el tiempo se diluye y los días se viven con una intensidad serena, sin filtros, sin artificios.
Desde allí, nos dirigiríamos al mítico delta del Okavango, pero esa… es otra historia!