“El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia.
Uno no está en casi ninguna parte.”
Alejandro Dolina
Hay experiencias gastronómicas que trascienden lo culinario para convertirse en un verdadero acto de estimulación sensorial. Alinea, 3 estrellas Michelin en Chicago, es precisamente eso: una sinfonía de creatividad, técnica y emoción orquestada por el genio provocador de Grant Achatz. Uno de los restaurantes donde realizó parte de su formación, fue El Bullí…
De mi única visita al templo de Ferrán Adriá, recuerdo como acompañando a un soberbio plato que tenia a la gamba roja como protagonista principal, uno de los camareros agitaba a nuestro lado un paño con olor a mar, para que la inmersión en el plato, fuera perfecta…
Desde el momento en que uno cruza la puerta oculta de su sobria fachada en Lincoln Park, queda claro que no se trata simplemente de cenar. Es un viaje. Un juego. Una obra de arte comestible que desafía convenciones y expectativas.
La propuesta de Alinea es radical. No hay carta. Solo un menú degustación en constante evolución, donde cada plato, más de 15 pasos, es un acto de ilusionismo gastronómico. Un globo comestible relleno de helio, una esfera que explota en la boca liberando aromas, una estructura de azúcar suspendida en una escultura metálica. Cada detalle es cuidadosamente presentado para provocar asombro.
Lo que realmente diferencia a Alinea de otros restaurantes de su categoría, es la capacidad, de crear emociones a través de los ingredientes, de crea historias durante las más de tres horas que dura el espectáculo.
Cuando llegamos casi al final de esta performance gastrosensorial, llega el epílogo, la traca que dará por concluida la función, el postre.
Se trata probablemente, de uno de los momentos más teatrales y memorables de toda la experiencia.
Los camareros retiran el mantel y colocan una superficie especial. Luego, el chef o un miembro del equipo entra en escena y comienza a “pintar” el postre sobre la mesa con salsas, geles, crumbles, frutas liofilizadas, espumas, y elementos congelados con nitrógeno líquido.
Todo ocurre frente al comensal, como si fuera una obra de arte en proceso: pinceladas de chocolate, esferas de maracuyá, pétalos cristalizados, trazos de caramelo o polvo de remolacha. Y al final, una gran estructura o esfera central, que se estrella contra la mesa como último golpe de efecto final, descomponiéndose en mil fragmentos comestibles.
El resultado es una composición caótica y efímera, que se come con las manos, directamente de la mesa. Más que un postre, es una firma, un broche final inolvidable!