“El vino es poesía embotellada.”
Robert Louis Stevenson
Aprovechando las buenas conexiones desde Málaga, decidimos hacer una escapada a Burdeos que contaba con la “X” desde hace mucho tiempo en nuestra lista de pendientes. Nos fuimos a celebrar el cumpleaños de Ana a la, probablemente, capital mundial del vino.
Nuestro buen amigo Luis García de la Navarra, al que lo único que supera sus vastos conocimientos enológicos es su calidad humana, nos preparó la visita a algunas bodegas.
Pese a no ser Enero precisamente la mejor época del año para este destino, el disfrute fue total y ha abierto de par en par las puertas a las ganas de volver en un momento donde los viñedos, protagonistas sin duda alguna de esta zona, estén en pleno apogeo (entre Junio y Septiembre).
Aprovechando el tempranero pero excelente horario de ida, nada más aterrizar en el aeropuerto de Burdeos, nos fuimos en tren directamente a Saint Emilion, encantador pueblo con una diversidad de vinos asombrosa gracias a su variedad geológica (caliza, arcillo-caliza, suelo de grava y arena).
El primer paseo de contacto por el lugar se alargo en el tiempo al ser interrumpido constantemente por las impresionantes tiendas de vino que nos paralizaban delante de sus escaparates y nos obligaban a entrar en muchas de ellas por su atractivo interior, unido también, siendo sinceros, al intenso frío exterior que lo hacia aun mas apetecible. Los tesoros que albergaban nunca los habíamos visto juntos en un mismo espacio, ni tampoco la amabilidad de sus propietarios, mostrándonos detenidamente las joyas de su stock y su conocimiento.
Tuvimos que hacer un paréntesis para comer, ya que no era la primera vez que en Franciam, en concreto en Estrasburgo, nos quedamos sin poder hacerlo por el cierre a las 14:00 de la totalidad de sus restaurantes. Estos, muy cuidados en consonancia con el resto de la localidad.
Comimos en Chei Pascal, muy próximo al hotel y recomendado por su director. El servicio no fue muy simpático pero almorzamos bien y con un inesperado ambiente dada la poca gente que transitaba por las calles (lo que tampoco era de extrañar…).
La tarde la dedicamos a la visita al Château Figeac. Tradición y modernidad en perfecta armonía.
Al contrario que la mayoría de los vinos de esta zona, en la que la variedad merlot prevalece, en Figeac utilizan una mezcla de uva completamente diferente debido a la composición del suelo (con predominio de grava). Un 70% de cabernet (mitad cabernet franc, mitad cabernet sauvignon) y sólo un 30% de merlot, hace que la propia Figaec diga que es “el más Médoc de Saint Emilion”.
Prácticamente la totalidad de las bodegas de la zona, hacen dos vinos, y así, iniciamos la cata con su segundo vino, un Petit Figeac de 2020, un vino que por sí solo, merecería mucho más protagonismo por su calidad. Cuando pasamos al Figeac 2016 verdadero protagonista de esta visita, nos parecieron pocos los 97 puntos Parker para un vino redondo que podría conservarse en bodega 40 años más y seguiría ofreciendo todo su esplendor.
La larga e intensa jornada (llevábamos en pie desde las seis de la mañana), tuvo su colofón en el Restaurante Le Tentre, un espacio pequeño delicadamente decorado y muy acogedor en el que disfrutamos de una cena relajada y sabrosa.
Mencionar el pequeñísimo Hotel Porte Brunet en el que nos hospedamos. Con tan solo 6 confortables habitaciones en el centro de la Villa, destacamos el cuidado en los detalles y un excelente y atentísimo trato profesional y personal, especialmente de su director Laurent.
Burdeos nos esperaba al día siguiente!