Ana no conocía California y habían pasado más de 20 años desde mi estancia de verano en el campus de la Universidad de Berkeley, lo que suponía un viaje emocionante y prácticamente nuevo para ambos.
Tras pasar unos días en Los Ángeles, decidimos hacer el viaje en coche hasta nuestro nuevo destino, San Francisco. Como no teníamos decidido cuando íbamos a ir ni cuantos días nos quedaríamos, no habíamos reservado hotel, confiando que, por la época del año que era (enero), no tendríamos problemas. Pero los tuvimos y muchos!
Menos mal que nuestro amigo Juan al que habíamos visitado en LA, propietario de una cadena de hoteles, salió en nuestra ayuda y nos facilitó una habitación..
Lo primero que sorprende de Frisco (que así la llaman familiarmente sus ciudadanos) es su tamaño. Influenciados por el cine, todos esperamos una ciudad más grande, pero la realidad es que no llega a 900.000 habitantes. Lo cierto es que en el area de la bahía de San Francisco, se concentran más de siete millones y medio de personas, lo que le confiere una sensación de gran urbe.
Lo segundo, es que es una ciudad mucho más europeizada que Los Ángeles. Detalles como Las Casas Victorianas o Painted Ladies (Damas Pintadas), el modo de vida más pausado, la multitud de cafés… y algo difícil de explicar en el ambiente, te generan una sensación diferente.
Nuestra primera incursión en la ciudad, casi recién llegados, fue ir a cenar al famoso y turístico Pier 39, en Fisherman’s Wharf, muelle reconvertido en centro comercial con multitud de tiendas y restaurantes y hogar, en sus aguas, de una manada de focas.
Al día siguiente, un agradable paseo por el centro nos permitió comprobar in situ la gran inclinación de las calles, el todavía en uso tranvía, el escenario real de la serie Hotel…
De ahí nos desplazamos a la más famosa de sus calles (que no la de mas pendiente, tiene “solo” 40º de inclinación), Lombard Street y su llamativa y espectacular bajada de coches en zigzag (entre ellos, el nuestro).
Nos despertamos con un día magnífico, y decidimos ir a comer a Sausalito, una pequeña y residencial ciudad situada en la bahía y a la que se llega atravesando el Golden Gate.
El probablemente más famoso puente del mundo, debe su nombre al soldado, explorador y futuro candidato presidencial John C. Fremont. En 1846, cuando vio la entrada a la bahía, le recordó otro hermoso puerto sin litoral, El Bósforo en Constantinopla, ahora Estambul y usó un término griego para nombrarlo: Chrysopylae, en inglés Golden Gate. En su Memoria Geográfica de 1848, Fremont añadiría reforzando su denominación: “la abrupta apertura al Pacífico, es una puerta dorada para comerciar con el Oriente”.
Cruzar este icono en nuestro coche fue realmente emocionante!
Comer en Sausalito, con San Francisco y la característica forma del edificio Pirámide Transamérica de fondo, fue una delicia. En una terraza delante del mar y un sol más propio de primavera que de la época en la que estábamos, hizo que nos costara levantarnos, pero queríamos detenernos en el Golden Gate Park de vuelta a la ciudad con luz!
El resto de nuestra estancia, antes de volar a Nueva York y enfrentarnos a mas de 25º de diferencia de temperatura, lo dedicamos a pasear y vivir la ciudad. En definitiva, a gozar de lo que yo recordaba como una encantadora ciudad, y que con la compañía de Ana, me hechizó mucho más.