Lo que inicialmente iba a ser una “parada técnica” en nuestro periplo desde Alsacia hacia Toscana, se convirtió en un descubrimiento inesperado .
Nos encontramos que uno de los centros bancarios y financieros más importantes del mundo, era también una encantadora, elegante, limpia y bonita ciudad.
Suiza es el país más caro del mundo , y Zurich el corazón del capitalismo, meca de las finanzas mundiales pero también una ciudad repleta de cultura.
Conocida por sus habitantes como “Zuri”, tranquila y silenciosa, fue elegida dos veces como la ciudad con mejor calidad de vida del mundo y con los salarios más altos de Europa… y esto se nota cuando la visitas.
Con apenas cuatrocientos mil habitantes, está situada en el norte de Suiza y al borde del lago del mismo nombre. Tiene dos partes muy diferenciadas, la histórica y la financiera. Como en ese viaje no teníamos pensado cambiar de banco ni de banqueros, nos ceñimos a la parte histórica.
Aunque era invierno y el frio era intenso, íbamos bien pertrechados para defendernos de él y nada mas llegar, y para aprovechar las escasas horas de luz, nos fuimos a dar un largo paseo.
Mención aparte debemos hacer del hotel, el Widder, situado en una calle peatonal a dos minutos a pie de la mundialmente conocida Bahnhofstrasse, probablemente una de las avenidas comerciales mas lujosas del mundo.
Pequeño, con clase, un exquisito servicio y unas instalación es de mucho nivel, se aleja del estereotipo de hotel de lujo de otros países. Aquí todo era elegantemente discreto.
Una curiosidad: tras tantos años viajando y tantos hoteles visitados, fue la primera vez que nos hicieron unas tarjetas de visita, con mi nombre en este caso, donde rezaba “mi dirección en Zurich” y los datos del hotel…
Bajamos paseando hasta el lago por una de las riberas y subimos por la otra. Pese al frio, disfrutamos muchísimo de la caminata y ya, en el camino de vuelta, hicimos parada en un coqueto winebar, en el que un par de copas de tinto y una tabla de quesos suizos reconfortaron nuestros cuerpos.
Llegamos con el tiempo justo para cambiarnos y bajar a cenar a uno de los restaurantes en el propio hotel. Resultó ser uno de los lugares de moda de la ciudad. El ambiente, así como el atento servicio y buena comida, nos deparó el fin de una jornada inesperada.
Dejarse llevar por lo que de pronto aparece en un viaje, es fundamental para conocer, sorprendernos y disfrutar de algo no previsto ni planificado. Como alguien dijo:
”si no vas, nunca lo sabrás “.