Una de las cosas más chocantes de la capital suiza antes de conocerla, es que sea la quinta ciudad del país en número de habitantes tras Zurich, Ginebra, Basilea y Lausana. No es habitual que la capital de un país no sea una de las dos más habitadas… solo se me ocurre Brasília, la tercera en población del país carioca tras las macro urbes de São Paulo y Río.
Visitándola, la sensación es de una ciudad mucho más grande, por sus avenidas, extensión, trasiego de gente y una actividad comercial y de transporte público desbordante. Pero no. Berna tiene apenas 140.000 habitantes.
Berna está construida en torno a un recodo del río Aar (a los entusiastas de los crucigramas, os sonará…) y con los Alpes como fondo. Fundada en el siglo XII, la arquitectura medieval está magníficamente preservada en el Altstadt (Ciudad vieja) y es Patrimonio de la Humanidad desde 1983.
Cuenta con 6 kilómetros de arcadas, las ‘lauben’, uno de los paseos de compras más largos y protegidos contra la intemperie de Europa. El trazado de sus calles, con sus once esculturas-fuente repartidas por toda la ciudad antigua (la más conocida es la del Ogro comeniños), fachadas de arenisca, callejones y torres históricas, confieren a Berna un aire medieval singular, prácticamente inalterado desde el siglo XV.
Por supuesto, no podemos olvidarnos de uno de los símbolos de la ciudad, la Torre del reloj (Zytgloggeturm) que congrega a visitantes y locales, 4 minutos antes de cada hora, para ver en acción los mecanismos que mueven las figuras hasta el famoso tercer grito del gallo, previo a las campanadas de la hora completa.
Una pista gastronómica: no os vayáis de Berna sin probar el Berner Platte, compuesto por carnes y embutidos de la tierra (jamón, speck, costillas, tuétano, salchicha…) junto con chucrut, frijoles y patatas, todo ello hervido, y acompañado de una magnífica mostaza. Un plato exquisito! El nacimiento del plato se remonta a una fecha precisa: fue creado para celebrar la victoria de los berneses contra los franceses el 5 de marzo de 1798.
Recomendamos también, el Schweizerschnitzel. Tras este impronunciable vocablo (yo también pensaba que faltaban vocales…pero no) está la versión suiza del escalope a la vienesa y está francamente bueno!
En definitiva, una ciudad para disfrutarla paseando y descubriendo sus rincones, tomando un aperitivo en el Café Einstein en los bajos de la casa donde vivió, admirar las fachadas por las peatonalizadas calles, cruzar el río y recorrer la senda por su orilla hasta el Bärengraben, o Bear Pit, un recinto que alberga osos, otro de los símbolos de la capital suiza, situado en el extremo este de la ciudad vieja de Berna, junto al Nydeggbrücke y el río Aar.
Un destino perfecto y combinable fácilmente con otros atractivos cercanos.
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