Hacía ya unos cuantos años que Ana y yo habíamos tenido la oportunidad de conocer El Celler, bastante tiempo antes de que cambiara de ubicación.
A través de Luis Alberto, de Casa Fermín de Oviedo, habíamos hablado con Josep Roca (“Pitu”) y nos habían preparado un menú muy especial en lo gastronómico y en lo enológico.
Yo, también me había preparado con un día de comida frugal. Después de un más que agradable recibimiento y ya sentados en la mesa esperando ansiosos, empecé a encontrarme mal, tan mal, que no pude probar ni uno solo de los apetitosos bocados que nos habían preparado, con sus correspondientes vinos (alguno muy exclusivo).
A Ana, que por la situación quería que nos fuéramos, la convencimos para que tomara un menú acortado que aunque fantástico, lógicamente, no disfrutó del todo.
Los Roca, todo amabilidad, se negaron en redondo a que pagáramos “para así obligarnos a volver”, cosa que hicimos el pasado septiembre.
A Girona hay que ir. Me refiero a que no es un lugar de paso y tardamos en encontrar la ocasión, excusa y tiempo para hacerlo. Con motivo del concierto de Michael Bublé en Barcelona, para el que nuestro amigo Fernando, había sacado las entradas, planeaos por fin la visita a este templo de la gastronomía.
No pretendemos hacer una crítica gastronómica profesional de nuestra cena, eso lo hacen sobre este restaurante, muy a menudo, profesionales que se dedican a ello. Nuestra pretensión, como ya sabéis quienes nos seguís habitualmente, es contaros nuestras sensaciones, una valoración de muchos aspectos, que hacen que salgas encantado, o no, de una experiencia.
La primera impresión al llegar y habiendo conocido el antiguo local, es que se trata de otro restaurante. De la mano del gran éxito y reconocimiento internacional, la evolución es lógica y probablemente, inevitable. Se gana en funcionalidad, espacio, comodidad y en una cocina con capacidad para que trabajen cómodamente treinta profesionales en el turno de comida y otros treinta en el de la cena. Pero quizás se haya perdido el carácter entrañable y familiar que condiciona el trato e incluso la comodidad y no me refiero a la postural, del cliente.
Las instalaciones, no cabe otro adjetivo desde la objetividad, son magníficas. El servicio, impecable pero aséptico. El espacio entre mesas, su disposición e iluminación, impecable. El ritmo de servicio, milimétrico. Las tres estrellas están más que cubiertas en estos aspectos tan importantes para los inspectores de la guía roja, creo que no serian capaces de encontrar ningún fallo. Nosotros, que no inspeccionamos, quizás encontramos excesiva esa sistematización.
Vayamos con la puesta en escena. Se está, si no lo es ya, convirtiendo en parte imprescindible y fundamental de los menús. Los cocineros, los chefs, no solo cocinan. Ahora, evocan sentimientos de la infancia que intentan transmitirnos en sus creaciones. Los platos provienen de una introspección profunda en las raíces del creador. Se busca una razón, una justificación para cada plato, que se presenta con un pequeño relato.
Hemos pasado de la cocina química, molecular (presente en lo que se come) a la filosófica (presente en lo que sentimos al comer).
La cena. Impecable técnicamente, con una escenografía impactante, texturas y sabores combinados y alternados con intención y menú en su justa medida de platos. Lo reproducimos al detalle al final del post.
Pero al día de hoy, no recordamos ninguno… no hubo un solo plato que permanezca hoy en nuestra memoria gustativa, como esas creaciones que recordaremos siempre por su excepcional sabor y originalidad. La experiencia en conjunto, fue buena, pero quizás las expectativas con las que fuimos nos hacían esperar algo rozando la perfección.
Creemos que el objetivo primario y último de un bocado, es indudablemente su sabor, y que la excelencia la alcanza cuando este se hace imborrable.
2 comentarios
Nosotros fuimos en 2016 creo y fue espectacular. No íbamos recomendados pero el trato fue muy personal y cálido. Empezamos por un olivo bonsai de l que colgaban una aceitunas rellenas , todo lo que siguió fue una maravilla. El sitio precioso y los niños de la familia llegaban del cole cuando terminamos de comer… un punto de normalidad en la vida. Con Eneco los dos sitios que ocupan mi top ten.
Muchas gracias por tu comentario, Isabela. Ellos son entrañables, sin duda! Mi comentario va más por la sistematización a la que se ven sometidos los estrellados. Es como si el general fuera a pasar revista todos los días. Quizás mi carácter un poco caótico, echa de menos, en este tipo de sitios, la improvisación.