“Hay lugares donde uno se queda
y lugares que quedan en uno”
Kate Douglas Wiggin
De los cerca de 190.000 hoteles que se estima hay en el mundo, unos pocos, apenas un pequeño puñado, son considerados como una de las Grandes Damas de la hotelería mundial.
Con un pasado que va más allá de la edad de sus muros (si hablaran de lo ocurrido dentro de ellos…), son alojamientos señoriales, con un servicio impecable, un clasicismo alejado de lo rancio de los que no han sabido envejecer, así como del lujo hortera que pretende atraer a sus habitaciones, a los nuevos millonarios a base de oropeles y cortinajes de raso.
A lo largo de nuestros viajes, hemos tenido la fortuna de conocer algunos de ellos. Otros, estamos deseosos de conocerlos.
Son todos los que están, pero no están todos los que son.
The Goring, Londres.
Ubicado detrás del Palacio de Buckingham, es el elegido por las casas reales de Europa y Asia cada vez que visitan la capital londinense.
Es un baluarte de las tradiciones británicas; el té se sirve a las 5 y solo a las 5 y la ceremonia del despliegue de bocados dulces y salados es impactante. Damos fe!
Sus jardines están entre los más grandes de Londres y la discreción y elegancia empapa el ambiente.
Raffles Hotel, Singapur
Inaugurado en 1887, reabrió sus puertas en 2019 tras una larga y profunda renovación que duró dos años.
Es el símbolo por excelencia de la elegancia colonial en la ciudad-estado y quizás este sea el único hotel del mundo que tenga un historiador residente. Leslie Danker trabaja en el Raffles desde hace 45 años, y es una enciclopedia de anécdotas y datos.
En una ciudad donde te pueden multar con 500 euros por tirar un chicle en la calle, la tradición de que el suelo del emblemático Long Bar (donde nació el legendario cóctel Singapore Sling), esté sembrado de cáscaras de cacahuete, no encaja. Esta costumbre, se mantiene desde hace 130 años cuando el Bar era visitado por los propietarios de las fincas de los alrededores, que acostumbrados a arrojar las cáscaras en sus terrenos para que sirvieran de fertilizante, continuaban haciéndolo dentro de las paredes del local, hecho que ha persistido hasta la actualidad. Y nadie osaría cambiarla!
Hotel Hassler, Roma.
En la cima de la escalinata de la Plaza de España, se erige este hotel desde hace más de 125 años, manteniendo intacto todo su sofisticado encanto.
Lució su máximo esplendor en la época de la dolce vita (finales de los años 50 y principio de los 60), en la que un estilo de vida despreocupado dedicado a los placeres mundanos invadió Roma. Il dolce far niente (literalmente, el Dulce no hacer nada) se materializaba en el rooftop del hotel, con un cóctel en la mano y Roma a sus pies.
Hoy se sirven allí los desayunos y aún se respira glamour con una vista sobre la ciudad eterna que te deja sin aliento.
El Hassler, mantiene uno de los secretos mejor guardados de Roma… que dejaría de ser un secreto si lo contamos aquí!
La Mamounia. Marraquech.
Recién cumplido su centenario y renovado en profundidad en 2009, este palacio en el que restaurantes como el legendario Maxim’s o Clubs como Regine’s abrieron sus puertas, se ha convertido en uno de los destinos favoritos de la aristocracia y jet-set europea.
Sus jardines y el palmeral son uno de los grandes atractivos de este lujoso establecimiento.
En nuestra estancia en La Mamounia, tuvimos la sensación de vivir uno de los cuentos de las 1001 noches.
Desayunar bajo naranjos al borde de la piscina, con el aroma a azahar en el ambiente, es una experiencia que no podemos explicar con palabras.
No podemos dejar de recomendar ir al menos una vez en la vida!
Waldorf-Astoria, Nueva York.
Ana y yo dimos la bienvenida al siglo XXI en este hotel, en concreto en una de las exclusivas habitaciones de The Towers, convertidas hoy en residencias privadas.
Decir Nochevieja en Nueva York, es decir Waldorf Astoria.
Ademas de la cena de fin de año, reservada para unos pocos, la tradición manda tomar una copa de champán en su bar, especialmente la tarde del 30 de diciembre. Una despedida de año inolvidable!
El Waldorf se convirtió en un verdadero palacio en la ciudad. Figuras culturales, líderes políticos, músicos, casas reales… tenían este hotel como residencia en sus estancias en la Gran Manzana.
La calidad del servicio ofrecido por el hotel, se ha convertido en referencia para los hoteles de lujo americanos.
THE PENÍNSULA. HONG KONG.
Este lujoso establecimiento, se diseñó para que fuera el mejor hotel al este de Suez, el importante puerto egipcio famoso por su canal. Se buscó una ubicación estratégica en Hong Kong, justo enfrente del muelle de Kowloon, donde desembarcaban los pasajeros que llegaban hasta la ciudad en transatlántico y junto a la última parada de la línea ferroviaria de Siberia, que traía los viajeros procedentes de Europa.
Fue inaugurado en 1928 y pronto se convirtió en el hotel elegido por famosos y potentados.
Hasta llegar a nuestros días, el hotel ha pasado por múltiples avatares, como ser residencia exclusiva para oficiales del ejército japonés, que en 1943 habían tomado la ciudad y ha reflejado la realidad de la colonia británica: hasta los años 50, su famoso vestíbulo ha estado dividido en dos alas, una para los británicos y otra para el cliente local…
No nos costó ni un minuto, decidirnos por este hotel cuando planificábamos nuestro viaje. Su homónimo en Nueva York, fue nuestro hotel favorito en una época en la que eran frecuentes las visitas a la Gran Manzana, y aun sigue siéndolo.
Al aterrizar en En Hong Kong, El Península comenzó sorprendiéndonos, con un chofer perfectamente uniformado recibiéndonos en el aeropuerto. Una vez se encargó de todo nuestro equipaje, nos dirigió hasta uno de los 14 Rolls Royce de la flota del hotel, de un inmaculado y exclusivo color Península Green que nos llevaría a nuestro destino.
Luego vino el interior, una maravillosa habitación, con enormes ventanales de suelo a techo y dos cómodos sofás con reposapiés y colocados estratégicamente delante de la cama y frente a dicho ventanal. Entre los elegantes sofás, una mesita con dos cajitas azul claro aturquesado (Tiffany Blue) con un bonito lazo a juego y dos copas de Champagne, que resultó ser nuestro regalo de bienvenida.
El empleado del hotel, nos invitó amablemente a sentarnos y antes de retirarse discretamente, apagó las luces para dejarnos disfrutar de las espectaculares vistas del puerto Victoria y un maravilloso skyline de Hong Kong totalmente iluminado… el tiempo se congeló!
También nos ocurrió algo que no podemos dejar de contar…
Uno de los días que pasamos allí, se nos ocurrió tomar un café en el elegante salón de té del hotel. Antes de continuar paseo por las calles de esta ciudad, decidimos ir al baño. Hasta aquí todo normal, pero al proceder a lavarnos las manos, en mi caso un hombre y en el de mi esposa una mujer, procedieron, con máxima delicadeza, a lavarnos y posteriormente secarnos las manos. Una mirada de sorpresa al salir y encontrarnos, nos sirvió para confirmar lo que había sucedido.
Continuará…