Una granja provenzal de piedra del siglo XVIII a la que se llega por un camino flanqueado por orgullosos cipreses y rodeada de viñedos, arbustos de lavanda y olivos, es el íntimo refugio de paz de este hotel en el que nos sentimos como en una casa familiar, La Bastide de Marie.
Se acercaba mi cumpleaños, y aunque la situación, incluida la familiar (un susto que afortunadamente se quedó en eso, una mudanza en marcha…) no invitaba a moverse, Ana decidió que la cifra que iba a cumplir merecía una celebración especial.
Así que ni corta ni perezosa, contactó con nuestros amigos Sandra y Alejandro, con quiénes llevamos unos años coincidiendo en Mallorca, y quienes nos habían hablado de un lugar maravilloso en el corazón de La Provenza.
Pronto nos encontramos recogiendo en el aeropuerto de Marsella el coche que habíamos alquilado. Hacemos aquí un pequeño paréntesis para recomendaros que alquiléis un modelo pequeño, las carreteras provenzales son muy estrechas y el tráfico intenso…
Decidimos (obligados porque esa noche estaba completo nuestro destino final), con mucho acierto, hacer nuestra primera parada en Saint-Rémy-de-Provence, en el estupendo Hotel Le Saint Remy. Pasamos el tiempo suficiente en esta villa para decidir volver, recomendar el hotel y también el restaurante L’Aile ou la Cuisse en el que cenamos estupendamente y en un muy buen ambiente local.
Al día siguiente nos dirigimos hacia Ménerbes, localidad más cercana a nuestro hotel, con parada para ver y comer en L’Isle-sur-la-Sorgue, un pueblo encantador, como la mayoría de esta comarca.
Desde la llegada al hotel, incluso antes de entrar, se respira tranquilidad y un lujo discreto presente en cada rincon.
Una piscina, que no lo parece, es la antesala a una pequeña recepción.
Quince habitaciones y suites identificadas por colores y repartidas por el edificio principal y 2 villas, conforman las posibilidades de alojamiento de este íntimo hotel.
El mobiliario y decoración de habitaciones y zonas comunes, es clásico y propio de una casa de campo provenzal, pero lo mejor de este lugar, esta en el exterior. Grandes extensiones de viñedos rodean las edificaciones del hotel. Hamacas y bancos en distintas e íntimas localizaciones, invitan al huesped a relajarse disfrutando de un paisaje maravilloso, especialmente en ese momento en el que el sol se pone y sus rayos se reflejan sobre las hojas de las vides… Absolutamente evocador y bucólico; el tiempo se para y el sonido del silencio se apodera de nosotros.
Punto de partida de maravillosas excursiones a pueblos cercanos, como Lourmarin con un curioso mercado, Signon lleno de campos de lavanda donde se adivina su color en pleno verano y en el que coincidimos con el rodaje de una película, o Gordes, colgado en un promontorio rocoso en el Parque Natural del Luberon, y que parece sacado de una postal, se convierte también a la vuelta, en lugar de descanso y disfrute, con un pequeño SPA donde un masaje te prepara para una romántica cenar.
El restaurante del hotel merece una mención especial. La fórmula francesa del menú con 3 opciones de primero, principal y postre, se complementaba con un aperitivo delante de la chimenea que alargamos sin darnos cuenta por lo confortable de la situación.
La cena, muy buena. Variedad, calidad y elaboración de alto nivel, regado con vinos de la propiedad y un servicio afable y profesional.
No podemos olvidarnos del desayuno. Aunque gastronómicamente y en organización hemos de confesar, que esperábamos más, resulta muy difícil estropear el delicioso momento en la terraza en la que se sirve, bajo el suave y reconfortante sol de las mañanas de octubre…
En definitiva, una escapada más que recomendable, cercana y que ofrece destinos culturales, gastronómicos, relajantes y tan turísticos o no, como queramos.
Gracias Ana por tu especial regalo. Aunque el importante, lo tengo a mi lado a diario: tú.