“¿Podrías decirme, por favor, qué camino he de tomar para salir de aquí?
—Depende mucho del punto adonde quieras ir —contestó el Gato.
—Me da casi igual adónde —dijo Alicia.
—Entonces no importa qué camino sigas —dijo el Gato.
—…siempre que llegue a alguna parte —añadió Alicia, a modo de explicación.
—¡Ah!, seguro que lo consigues —dijo el Gato—, si andas lo suficiente.”
Lewis Carrol en Alice in Wonderland
No hace falta hacer una maleta ni trazar una ruta complicada para escaparse del ruido. A veces, lo esencial está a poco más de una hora de casa. Lo comprobamos hace unos días con una salida sencilla y cercana, pero gratificante, a la Laguna de Fuente de Piedra y la sorprendente Antequera.
La laguna es más sugerente que espectacular. Pero quiero comenzar diciendo que si la laguna estuviera en Francia, con toda seguridad, estaría más y mejor explotada (en el buen sentido de la palabra) y sería mucho más conocida en nuestro país de lo que lo es actualmente. En ella se localiza la mayor colonia de flamencos de toda la Península Ibérica y la segunda en importancia de Europa tras la existente en Camargue, Francia. Si bien era fuera de temporada, las personas que allí nos encontramos eran pocos y todos extranjeros , lo cual no deja de ser cuanto menos curioso.
La llegada a la laguna, bajo un cielo claro y sin viento, prometía más de lo que finalmente ofreció a la vista. En esta época, los flamencos, la gran estrella del lugar, estaban allí, sí, pero lejanos, en el horizonte acuoso, como una cinta rosa difusa que flotaba sobre la salina. Aun así, el lugar conserva ese magnetismo tranquilo propio de los espacios naturales abiertos.
El Centro de Visitantes José Antonio Valverde es su punto de partida, añadiríamos que sin atractivo alguno, más allá de una escueta información sobre las aves migratorias y senderos que permiten disfrutar del entorno. La señalización, una vez vas a iniciar la visita, tampoco es clara… todo es bastante mejorable. Es importante acudir con prismáticos si se quiere apreciar todo con más detalle. Las distancias son necesarias para no invadir el espacio y especies protegidas.
Los observatorios son adecuados, aunque esa mañana de primavera la sensación era más contemplativa que vibrante. A falta de espectáculo visual, el paisaje compensó con silencio, brisa suave y una calma muy de agradecer.
Sin extender demasiado la visita ya que el calor empezaba a apretar y el cielo despejado, invitaba más a una terraza que a más paseo, pusimos rumbo a Antequera. Allí, en pleno centro histórico, nos esperaban el ritmo pausado de la ciudad y una mesa al sol.
Elegimos Lou Lu Bistró, un local pequeño, con encanto moderno, ubicado discretamente entre calles de piedra. La terraza es ideal para esas horas medias del día en las que el sol de primavera calienta sin molestar. Pedimos algo ligero para compartir: unos dim sum caseros, una ensalada con tataki de atún y una copa de verdejo bien frío. Sencillo, fresco, sabroso. Justo lo que nos pedía el cuerpo.
Con esa mezcla de ligereza y satisfacción que deja una buena comida sin excesos, iniciamos un paseo sin rumbo por Antequera. Esta ciudad tiene algo que la distingue: no se impone, seduce. Uno camina por sus calles sin presión, con la sensación de que cada esquina puede ofrecer un detalle inesperado.
Subimos hacia la Alcazaba, dejándonos guiar por la silueta de las murallas. La subida, regala vistas preciosas del casco urbano y la Peña de los Enamorados al fondo. Desde arriba, Antequera se ve como un mosaico de tejados, iglesias, huertas escondidas y torres mudéjares que emergen sin estridencias.
La Alcazaba, sobria y majestuosa, transmite historia sin necesidad de carteles ni efectos. El silencio allí arriba tiene algo de sagrado, como si el tiempo hubiera decidido ir más despacio.
Lo mejor de esta escapada fue encontrarnos con una naturaleza sosegada y una ciudad inesperada y sorprendente, llena de historia. Un paisaje que no necesitaba más que ser observado, una ciudad que no requiere pose y una compañía con la que el silencio también se disfruta. Nada más ni nada menos.
A veces, lo más sencillo resulta ser lo más auténtico. Esta escapada a Fuente de Piedra y Antequera no fue una experiencia deslumbrante, pero sí una de esas pequeñas joyas cotidianas que te reconcilian con el tiempo bien empleado. Y al final, eso también es lujo.