Ya hemos comentado aquí, que Firenze, Florencia, es nuestra ciudad. Como decía el cantor y poeta, Alberto Cortez:
“… y digo nuestra porque lo que amamos, lo consideramos nuestra propiedad…”
Visitada y vuelta a visitar, siempre nos vamos con ganas de volver. Y es que, en todas y cada una de nuestras estancias, paseando por lo que nos parecen nuestras calles, descubrimos siempre algo nuevo y especial, y a veces… también a alguien.
Hemos estado en todas las épocas del año, pero muchas veces, coincidiendo con el final de la feria de moda masculina Pitti Uomo, vamos el 11 de enero a celebrar allí el cumpleaños de Ana.
Y así fue como entramos por primera vez (vendrían muchas mas) en Le volpi e l’uva (la zorra y la uva).
En 1992 Emilio Monechi, Riccardo Comparini, y Ciro Beligni deciden abrir este pequeño local con la clara idea de dar cabida a los vinos de los pequeños productores, en una ambiente amistoso y relajado. Recomendamos ir sin prisa para disfrutar sus vinos, con prosa para la charla, que con alguno de ellos se iniciará y con pausa, para olvidarnos de kronos y lo que sea que esté haciendo con el tiempo. No nos gustan los encasillamientos y menos en jerarquías establecidas por algún listo de turno con fines lucrativos, pero en este caso, voy a incluir a Le volpi, dentro de unos de los escasos movimientos que apoyamos, Slow Life.
Era invierno y no tuvimos la opción de terraza, absolutamente recomendable con buen tiempo, muy cerca del bullicio de la cercanía del Ponte Vecchio y del Palazzo Pitti. En Florencia, el frio con la humedad del Arno, es intenso, así que nos acomodamos en el interior al final de la barra, en el que acabaría siendo nuestro sitio. Nos atendió Riccardo, con quien mantuvimos una interesante charla. Riccardo, es también amante además de los placeres obvios por su negocio, de otros placeres de la vida en los que coincidimos, la música y el sonido de calidad (un Bang & Olufsen asoma tras unas botellas) y los zapatos. Hace relativamente poco, le envié una fotografía sin ningún animo más allá del informativo, de mi última adquisición: unos Sutor Mantellassi de ante marrón single monk, que por supuesto le encantaron!
Esa primera vez, tomamos un plato con distintos salume (embutidos) acompañados de unos tomates de Sicilia inusualmente sabrosos para esa época del año, unos quesos seleccionados y vinos fundamentalmente toscanos, con el denominador común de provenir del cultivo biológico.
El paso del tiempo no ha alterado nuestro menú más allá del tipo de salume o queso que tomamos. Sí incorporamos, de vez en cuando, un riquísimo crostone (tosta) de salsiccia (salchicha) o lardo, por supuesto de Colonnata, un extraordinario tocino curado con romero y otras hierbas procedente de un caserío al norte de la Toscana y donde se viene elaborando desde los tiempos de la Antigua Roma.
Si el horario del avión lo permite, nuestra primera comida es en Le volpe, una sabrosa y entrañable tradición, que hemos aconsejado a distintos amigos que han disfrutado de la visita, entre ellos, Emilio Álvarez y su hijo (Vega Sicilia), con quienes antes de ir a cenar al multiestrellado templo del vino, Enoteca Pinchiorri, estuvimos degustando las selecciones que escogían especialmente para nosotros.
Alguna pega? No disponen de café. La primera vez que fuimos y ante la insistencia de tomar uno hecho con el mimo que la tradición cafetera italiana exige, terminó por acompañarnos a un pequeño bar cercano donde pidió, así parece que era la premisa para un óptimo resultado, “due caffè, uno buono”. Desde entonces, usamos la contraseña para terminar la magnífica comida y compañía con mi ristretto y el machiatto de Ana.
En cuanto la situación se normalice, volveremos a nuestra querida Firenze a brindar por el seguramente ya nacido hijo de Ciro, por el futuro y por tantos vinos que nos quedan por probar!
Salute!