La importancia de llamarse Alcibíades.
12 de Octubre de 1923
Moreda de Alller, Principado de Asturias.
Recuerdo a mi padre trabajando. Serio, austero y con marcada tendencia al patriarcado.
Curiosamente, el alzhéimer, dulcificó los últimos meses de su vida, que finalizó con 89 años.
Oviedista de pro, no se perdía ni un partido de su equipo. Ni tampoco del mio: iba a verme todos los domingos jugar por los embarrados campos de Asturias. Lloviera, hiciera frío o calor, siempre estaba en la grada, a la que yo miraba cuando saltaba al campo para localizarlo.
Noches de viernes tomando sidra en el Ovetense, indefectiblemente acompañada de un centollu y pollo al ajillo.
Su mayor legado fue su nombre. Esperó y posteriormente la vida le dio la razón, a su tercer y último hijo para perpetuarlo. Yo me sentía orgulloso de que cuando decía mi nombre, el suyo, me hablaban de su honestidad, seriedad y compromiso. Esa era la magnífica imagen que tenía y que yo he procurado no deslucir. De ahí la importancia de un nombre que me imprimió carácter, desde el primer día que fui consciente que me llamaba así.
Contradiciendo al dicho popular, al final de sus días, quienes menos le quisieron, además le hicieron llorar.
Allá donde estés, con mamá dando paseos cogidos del brazo. Os quiero.
Alcibíades (hijo).