Tras el día agotador y con el espectáculo estelar grabado para siempre, empezamos nuestra segunda jornada en Namibia a las 5 de la mañana. En los viajes a África, se sigue el horario de los animales, que a su vez, siguen al sol. O mejor dicho, lo evitan.
Tomamos un café rápido y tras ponernos varias capas de ropa que según avance el día y el calor nos iremos quitando como si de una cebolla se tratase, nos dirigimos, aún en total oscuridad, hacia las dunas. Poco a poco, el paisaje desértico en el que se encontraba nuestro lodge, iba dejando paso a un intenso color rojo (de la oxidación del hierro que hay en los granos de arena: cuanto mas roja, más antigua) y las altas dunas, comenzaban a verse a los lejos.
Llegamos a la duna 45 y sus imponentes 170 metros de altura. El frio y fuerte viento nos hizo cejar en nuestro empeño de ascender hasta la cima y nos dirigimos a Deadvlei (pantano muerto es su significado, mezclando dead en ingles y vlei en afrikaans).
Namibia es el segundo país con menos densidad de población del mundo, pero a la vez tiene las dunas de arena más altas, los cielos más oscuros, las culturas más antiguas, las areas protegidas mas extensas de Africa y las lenguas mas complejas del planeta
Deadvlei marca el comienzo del ascenso a la duna más alta del mundo, Big Daddy, con unos imponentes 350 metros. Comenzamos el complicado ascenso (viento, los pies se hundían en la arena…) por el, literalmente, filo de la duna. Pasada casi una hora de agotador camino, el cansancio cambió súbitamente por asombro. Estábamos contemplando desde la altura de la duna, uno de los paisajes mas inquietantes que nunca habíamos visto. Deadvlei y su bosque de árboles muertos, estaba a nuestros pies!
Casi rodando en algunos tramos, bajamos hasta el borde del lago de arcilla seca de un color fantasmagóricamente blanco. Los árboles con sus largas ramas, parecían personajes de una escena de ciencia ficción. Las dos horas que estuvimos recorriéndolo, nos pasaron sin darnos cuenta.
Tras comer en un área destinada al efecto, una sencilla pero estupenda comida preparada por nuestro guía/conductor y con la compañía de varios oryx (especie de antílope de largos cuernos), nos dirigimos al cañón de Sesriem, creado durante dos millones de años por el río Tsauchab.
Recorrimos el espectacular kilómetro que tiene de largo, entre paredes de 30 metros. En algún recodo, tuvimos la sensación de que iba a aparecer un templo de Petra…
Regresamos cansados al hotel, haciendo una parada por el camino para ver el milagro diario de la puesta de sol…
Nuestro último día en el desierto de Namibia, tenía despedida aérea. Dimos un paseo en globo de más de una hora sobre el desierto. La paz que sentimos disfrutando en silencio desde el aire, aquella maravilla natural es indescriptible.
La sensación de pequeñez del ser humano ante la grandeza de la naturaleza se manifestaba en el océano de arena que teníamos a nuestros pies, y en las majestuosas dunas rojas hacia las que nos dirigíamos.
Aterrizamos con algún pequeño contratiempo sin consecuencias (la cesta del globo volcó, lo que no es demasiado extraño) y dimos allí mismo cuenta del desayuno que nos esperaba y que, con el sol ya empezando a calentar, supuso un colofón magnífico antes de dirigirnos al aeropuerto y finalizar una estancia en el desierto de Namibia, que había superado, de largo, todas nuestras expectativas!
Zimbabue y las cataratas Victoria nos esperaban…