Barcelona. Verano del 2009.
Una animada charla sobre gastronomía en una deliciosa noche estival. De pronto, como si de un sabueso que acabara de detectar una pieza se tratara, me quedé petrificado y mis orejas giraron hacia quien había emitido aquellas hermosas palabras que resonaron en mis oídos como música de un coro celestial: mañana os invito a comer en Sant Pol de Mar.
Por aquel entonces, el restaurante Sant Pau de Carme Ruscalleda, era uno de los pocos templos culinarios ibéricos que nos faltaba por conocer. Ensimismado con la invitación, tardé más de lo normal en reciclar la siguiente frase: ¡Y todos en bañador! En bañador ¿a Sant Pau? Habría que esperar…
Cuando llegamos a la mañana siguiente a Sant Pol y pasamos por delante del local de Ruscalleda, que por cierto estaba cerrado, sin detenernos, mi curiosidad estaba en pleno apogeo. Pasado el pueblo, llegamos a la playa del Morer, donde un chiringuito un poco más grande de lo normal, y con mesas todavía en la arena (ese afán de nuestros políticos de hurgar en el detalle mediático, cuando la generalidad anónima está sin resolver: parece que unas mesas cerca del mar son molestas, pero la vía de tren paralela a la playa y que mucho inconsciente cruza por no dar un rodeo hasta el túnel más cercano, no lo es tanto) nos esperaba. Habíamos llegado a Banyis Lluis.
¡Sorpresa mayúscula! Pies en la arena, servicio amable y cercano y materia prima excelente del “vivero” mediterráneo que se encontraba a muy pocos metros de nuestra mesa. Sabrosas tallinas (coquinas), navajas de Sant Carles de la Rápita sin palabras (nunca habíamos probado navajas mediterráneas y, pido disculpas a mis primos gallegos, pero salvo para la foto por ser más pequeñas, nada que envidiar: son de una finura y sabor exquisitos), mejillones de roca perfectos (otro perdón en gallego), las imprescindibles gambas rojas, cigalitas y chipirones de Arenys y un lujo poco conocido lejos del Mediterráneo: espardenyas, justas de punto y repletas de sabor.
Terminar algún día la comida con un pescado o un arroz, es algo que todavía no hemos conseguido en las, desde aquella primera vez, imprescindibles visitas de cada verano.
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