Situado en la playa del Mijgorn, aparentemente no tiene nada especial. No es cómodo. No tiene apenas decoración. No hay mucha variedad en su oferta…
Pero año tras año, tras haber comido un arroz en Sa Platgeta, caminamos los escasos 15 minutos que nos separan (y qué habitualmente se duplican por los baños que nos damos en el camino) y nos disponemos a pasar las siguientes dos horas mirando al tranquilo, transparente e increíble mar.
Solemos ir en junio y siempre está lleno. Pero a diferencia de otros chiringuitos famosos de la isla, no hay sensación de agobio, o al menos nosotros no lo percibimos así.
En ocasiones, hay que compartir una mesa con alguien que ya está sentado o que llega. No pasa nada. Nadie trata de iniciar una conversación. Todos nos dedicamos a lo mismo. A todos nos pasa el tiempo en respetuoso silencio, abanicados por la música de fondo y tomando la tradicional “Pomada”(Gin Xoriguer, zumo de limón, hojas de menta y mucho hielo).
Y con mis ojos perdidos en los de Ana más veces que en el horizonte, discurre una tarde que nunca tienes el más mínimo interés en que finalice.
La vuelta para recoger el coche es también pródiga en baños, mientras el sol inicia su despedida de ese día, que por nosotros, aún no habría terminado.