En la “frontera” entre los sevillanos barrios de Los Remedios y Triana (la calle Betis está a escasos metros, lo que es una gran noticia para poder terminar nuestra comida en alguna de sus terrazas sobre el Guadalquivir con vistas a la Torre del Oro) se encuentra uno de los locales que Mariscos Emilio ostenta en la capital Hispalense.
Una genuina cervecería sevillana en la que, una vez acodados en la barra, empieza el espectáculo. Las imprescindibles cañas de Cruzcampo tiradas como mandan los cánones, van llegando, mientras nuestras gambas blancas de Huelva nos miraban desde la plancha (al dar cuenta de ellas, ganas nos dieron de cantarles una saeta), ensaladilla de las de verdad (también la hay con gamba, excelente), pescados fritos de todo tipo (cazón en adobo, boquerones, puntillitas…), mariscos y para finalizar, algún montadito entre los cuales el de “pringá” merece altar aparte.
Se llama pringá de «pringar»,por la forma tradicional de comerla. Está hecha con los ingredientes cárnicos del puchero o del cocido andaluz, es decir, la carne —magro, falda, pollo, etcétera—, morcilla, chorizo y tocino, que, una vez cocinados junto al resto del guiso, se desmenuzan y pringan con trozos de pan para tomarlos como segundo plato, o bien se trituran para untarlos en pan.
Sevilla, además de un color especial, también tiene especial el sabor. Y la alegría.
Por qué, en que otro lugar del mundo, para pedirle al camarero unas aceitunas para acompañar a la caña le dicen: “Quillo, estírate y dale una patada al olivo!”
Y en primavera, huele a azahar.