“Uno no puede pensar bien, amar bien,
dormir bien, si no ha comido bien”.
Virginia Woolf
En ocasiones el afán por quedar bien, por resultar modesto en exceso, por pretender mostrarse forzadamente natural, nos juega malas pasadas. El desconocimiento o la falta de información hacen que a veces, lo que decimos para agradar se nos vuelva en nuestra contra.
La historia de hoy nos trae a la mente a afamados cocineros y a conocidos propietarios de restaurantes que cuando les abordan con el apelativo de «restauradores» se apresuran a decir que ellos son simples taberneros, o cocineros, como si ese nombre fuera sinónimo de altanería y propio sólo de los que presumen sin merecerlo de su profesión.
De donde viene el uso de la palabra que da titulo a este artículo para denominar (según la RAE) a quien tiene o dirige un restaurante?
En el siglo XVIII, el mesonero Boulanger decide abrir una casa de comidas en París. Este buen hombre colocó en la puerta de su local un cartel con el siguiente texto: «venid a mi hombres de estómago débil que yo os lo restauraré».
Ante el éxito del reclamo, sus colegas le imitaron y poco a poco la palabra «restaurante», que restaura, se extendió no sólo por París y Francia sino también por toda Europa.
Dentro y fuera de nuestras fronteras distintos restaurantes pugnan por el título de ser los primeros en merecer ese nombre, desde Le Procope en Paris hasta Botín en Madrid.
Boulanger, además de aportar esta palabra al mundo de la gastronomía también da nombre, boulangeries, a las panaderías francesas por su habilidad en la elaboración de panes y dulces.
Pensar en los grandes como Berasategui, Paco Morales, David Muñoz o cualquiera de nuestros excelentes cocineros como restauradores de nuestros estómagos débiles, aporta al maravilloso acto de disfrutar de la comida un toque romántico que lo ensalza aún más. Cocineros que hacen de la restauración culinaria un arte y que consiguen que nuestros estómagos y también nuestros sentidos sientan sus obras.
A.