En ocasiones el afán por quedar bien, por resultar modesto en exceso, por pretender mostrarse forzadamente natural, nos juega malas pasadas. El desconocimiento o la falta de información hacen que a veces, lo que decimos se nos vuelva en nuestra contra.
La historia de hoy, nos trae a la mente a afamados cocineros y a conocidos propietarios de restaurantes, que cuando les abordan con el apelativo de “restauradores” se apresuran a decir que ellos son simples taberneros, o cocineros, como si ese nombre fuera sinónimo de altanería y propio solo de los que presumen, sin merecerlo, de su profesión.
En el siglo XVIII, el mesonero Boulanger decide abrir una casa de comidas en París. Este buen hombre, colocó en las puertas de su local un cartel con el siguiente texto: “Venid a mí hombres de estómago débil que yo os lo restauraré”.
Ante el éxito del reclamo, sus colegas le imitaron y poco a poco la palabra “restaurante”, que restaura, se extendió no solo por París y Francia sino por toda Europa.
Dentro y fuera de nuestras fronteras, distintos restaurantes pugnan por el título de ser los primeros en merecer ese nombre, desde La Procope en París hasta Botín en Madrid.
Boulanger, además de aportar esta palabra al mundo de la gastronomía también da nombre, boulangeries, a las panaderías francesas por su habilidad en la elaboración de panes y dulces.
Pensar en los grandes como Adriá, los hermanos Roca, Berasategui y David Muñoz, entre otros, como restauradores de nuestros estómagos débiles, aporta al maravilloso acto de disfrutar de la comida, un toque romántico que lo ensalza aún más. Cocineros que hacen de la restauración culinaria un arte y que consiguen que nuestros estómagos y también nuestros sentidos, queden definitivamente restaurados.