Está situado en un entorno único, literalmente encima del mar, en Portals Nous, en el hotel que le da nombre.
Pese a estar normalmente en otra zona de la isla, lo visitamos siempre que podemos y especialmente, cuando queremos agasajar a los buenos amigos.
Además, para nosotros forma parte de una tradición, de un “día de la marmota” particular, que desde hace algún tiempo reproducimos fielmente año tras año con nuestros amigos Mónica y Fernando.
Hacia la mitad del mes de agosto, dejan su retiro veraniego privilegiado en el campo charro, para venir a pasar unos días a Mallorca con nosotros.
Llegan al aeropuerto de Palma alrededor de la una del mediodía, donde Ana y yo, aire acondicionado mediante, les esperamos con el coche. Ellos, vienen mental y físicamente preparados para el cambio incluso de indumentaria.
Recorremos la media hora escasa que nos separa de Las Terrazas del Bendinat, tiempo suficiente para oír el clic en las mentes que nos acompañan en el coche, inmersas ya en el aire balear.
Cuando visitas por primera vez este lugar, pese a conocer la isla y su privilegiada costa, la sorpresa te deja boquiabierto. Un entorno totalmente idílico, poblado de viejos y enormes pinos que dan sombra a las mesas. Las más privilegiadas, ofrecen un paisaje de calma, relajación y belleza.
Nací a las orillas del cantábrico y Ana es castellana, pero ambos tenemos el corazón mediterráneo. El indescriptible color del mar en las calas que rodean el restaurante, con los reflejos del sol sobre ellas, hacen de Las Terrazas, uno de los más paradisíacos de la isla.
Continuando con nuestro ritual anual, Arsenio, el maitre, nos recibe con una sincera sonrisa de bienvenida un año más. Nos acompaña a una de las mesas privilegiadas en la que, indefectiblemente tras sentarnos, permanecemos los cuatro callados en estado contemplativo, solo alterado por unas cañas y vermuts de aperitivo, que saben a gloria!
Al menú tampoco le damos muchas vueltas y menos estando Fernando, que estoy seguro de que tiene genes chinos por alguna recóndita rama de su amplia genealogía: no conocemos a nadie a quien le guste tanto el arroz! Yo pensaba que mi mujer era la fan número uno de este alimento, pero nuestro amigo la supera ampliamente. Creo que sería capaz de comerlo y cenarlo a diario sin ningún tipo de problema.
Empezamos con un carpaccio (algún día os contaré de dónde le viene el nombre) o, siguiendo el siempre acertado consejo de Arsenio, unas maravillosas gambas rojas (me pasa con ellas lo que a Fernando con el arroz) para seguir con alguno de los variados y estupendos arroces de su carta. Todo ello, habitualmente acompañado con un rosado de Côtes de Provence. Estos rosados, de color muy pálido, nada tienen que ver con los clásicos españoles. Son vinos jóvenes, alegres, equilibrados con aromas delicadamente afrutados y hechos, habitualmente, sobre lías.
En España, desde hace unos pocos años, muchas de las grandes bodegas, de muy distintas zonas, están produciendo con mayor o menor fortuna, rosados pálidos con el procedimiento francés.
Para los que prefieran pescado, la lubina o dorada a la sal son estupendas.
El servicio, atento y cercano, a la altura del resto.
Una vez finalizada la comida y desde la propia terraza, bajamos a la cala. El baño en las trasparentes y cálidas aguas es largo y relajado, perfecto colofón a nuestro día de la marmota, que este año, estamos deseando que llegue más que nunca!
